Bonita.
Bonita incluso a medias. Preciosa incluso antes de vestirse.
Acostumbra
a lucir elegantes mantos de tonos oscuros. A veces, con brillantes. Otras,
apagados. Consigue así destacar su reluciente y blanca piel.
Sin
embargo, hoy la vi antes de tiempo. La vi cuando todavía no se había acicalado.
La vi entre enaguas azuladas y blanquecinas. Aún con los focos encendidos, ella
seguía destacando con su brillo. La encontré mientras su amante se desvanecía
por la cornisa del balcón. Al otro lado de la habitación, con su rizos de oro pelirrojo.
Yo
observaba desde fuera, a través de la puerta entreabierta que el tiempo me
concedió. El espectáculo se me antojó tan incandescente que mis labios se
curvaron al imaginar la pasión que cabría detrás de ese revoltijo de colores.
Un deleite nada obsceno puesto que la luna ya está acostumbrada a ese destellar
en los ojos de mirones.
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