Y al final, no quedaban ni buenos ni malos. La bondad se tornó maldad y la maldad emborronó los límites. La calidad de las acciones empezó a medirse en efectividad y consecución de objetivos, sin importar la categoría de estos.
Reinando el caos, no era de extrañar que las personas fueran caóticas. Sobre cada uno, existen gran cantidad de medidas de bondad y maldad. Cada media es un compendio que engloba la predisposición, los propios valores y las propias fobias. Pero sobre todo, es una balanza movida por el amor hacia la otra persona y/o en miedo a perderla. Sin miedo a perder la maldad juega con una buena mano, y sólo si el amor es buen contrincante se salva la bondad. Sin amor y sin miedo a perder, ni bondad ni maldad serán famosas. Sin embargo, lo más peligroso quizá sea cuando ambos tienen buenas cartas. Cuando existe amor y miedo a perder, la mezcla es tan explosiva e incontrolable que las sombras de la maldad se extienden demasiado. Es, incluso, peor que el miedo a perder sin amor, pues éste último es más cuerdo y predecible.
En definitiva, nadie es bueno. Nadie es malo. Sólo queremos más o menos. Tenemos más o menos miedo. Y todo medido con distintas escalas.
martes, 1 de diciembre de 2015
Bondad vs maldad
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