Hoy no soy persona y no soy persona por ti. Tú cobras vida y yo la pierdo, tú apareces y yo me desvanezco. Amante obsesionado que apareces al anochecer aporreando los cristales de mi balcón. Para cantarme una sonata que mantengo encerrada bajo llave en la memoria. Vuelves con nuestra canción, a recordarme las noches arropada a tu lado y los días cargados de tu olor. Vuelves aunque no esté dispuesta a abrirte la ventana. Caminas hacia mi entonando una melodía maldita que no logro desprender de mis oídos. Me embrujas con tu canto paralizando mis músculos y agitando mis huesos, provocando una guerra inmóvil. Mi sangre se olvidó de su cometido y baila siguiendo tu compás.
A ratos, yo consigo olvidarte y me ilusiono con la idea de que tú también me has olvidado. Sin embargo, nunca sabré quien de los dos tiene más memoria. Si de tanto huirte, a veces te persigo. Si tu también huyes, pero tropiezas. Desde el suelo me levanto agarrándome al sol para robarle la fuerza que necesito para alejarte de una patada. Y lo consigo, y te alejo. Y me dejas espacio y yo creo que te has ido. Y yo me pongo manos a la obra. Voy construyendo poco a poco los pilares de mi existencia. Las columnas de una vida sin ti. Sin embargo, como si de papel se tratase, los días de tormenta me mojo. Y al hediondo olor de la humedad apareces entre las sombras. Y al verte, mi mundo entero se derrumba. Te quedas mirando como he quedado atrapada entre mis propios escombros. Disfrutas contemplando el espectáculo gris que se produce. Disfrutas con la sequedad de mi boca tras las horas de insomnio. Disfrutas con la angustia que desprende un corazón que se ahoga. Y esa felicidad te va haciendo grande, y a mi pequeña. Vas creciendo para taparme el sol. Y a oscuras tanteo una salida que no encuentro y me pregunto si mi destino es estar por siempre unida a ti. Y me hago la sorda porque temo oír la respuesta. Y entonces empiezo a no querer un destino.
Sin embargo, mi soberbia me impide abandonar la partida antes que tú. Y saco los ases que guardé bajo la manga. Anudando el estómago y dejando un "all-in" sobre el tapete ensangrentado. Y aunque el humo emborrona tu salida, ya no estás. Me levanto de la mesa recogiendo los únicos jirones que he logrado salvar de mi piel. Emprendo el camino de vuelta a casa. Me llevará unos meses volver a dormir bajo techo, y que las paredes me protejan de los vientos. Pero consigo una vez más, levantar un refugio.
Y vuelves, y retornas, y me encuentras, y no escapo, y me atrapas. Y vuelves, y traes nuevos trucos. Y me embaucas. Y vuelves. Y te echo. Te echo. Te logro echar. Pero te llevas una parte de mí en cada huida. Esa parte que reconozco. Esa parte que me identifica. Esa parte que dibuja concavidades en mi rostro. Te escapas en el momento exacto en el que estoy dejando de agonizar. Me llevas a la puerta del infierno y me abandonas. Deshago el camino y vuelvo a la superficie. Con menos cuerpo. Con menos calma. Con menos alma. Sin fuerzas y sin aliento, pero con memoria.
Y esta vez te gano con un órdago. Y te pierdes. Y me olvidas. Y te olvido. Y no te olvido. Y sigues conmigo aunque no te vea. Y no sé donde te escondes. Y te siento. Y te ignoro.
Y te haces visible. De nuevo. Vuelven a sonar las notas que siempre te acompañan. Silvas la canción que me enamoró de ti. Vuelvo a notar tu respiración y se me vuelve a erizar la piel. Regresas a beberte hasta el penúltimo sorbo de mi aliento. El último sorbo es el que soporta todo el sufrimiento de volver a verte. Una exhalación tan pequeña que es inaudible. Una exhalación que debo inhalar para empezar de nuevo. Una inhalación que asume que volverás.
domingo, 9 de agosto de 2015
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