Las estrellas son unos astros luminosos que se caracterizan principalmente por su magia. Tienen un gran poder ilusorio que consiste en aparecer y desaparecer sin que nos demos cuenta. Ponen bonitos puntos de luz en un oscuro cielo dominado por la Luna. Pintan un mapa de la vida que si lo aprendes bien jamás estarás perdido. Sin embargo, ni la Luna ni el Sol, tan grandes ellos, saben hacer esa magia.
Yo un día encontré mi estrella. Yo estaba perdida en un desierto, tan lleno de oasis, que apenas tenía sentido. La vi una noche de insomnio. No era la que más brillaba ni la más grande. Simplemente era la más especial. Brillaba mejor que ninguna, lo que la convertía en la estrella más bella que jamás pueda existir o imaginarse. Al amanecer, pensé que sólo podía tratarse de un espejismo de este macabro desierto que buscaba mi desesperación. Sin embargo, pasé varias noches viéndola, hasta que empecé a preguntarme si ella también me estaría viendo a mi.
Las siguientes semanas transcurrieron más de noche que de día. Y el día transcurría con la búsqueda de un mecanismo que me acercarse hacia aquella maravilla presente en el firmamento. Lo intenté todo, desde subirme a la palmera más alta, hasta la construcción de varios telescopios. No lograba comunicarme con ella, a pesar de los esfuerzos de ambos. Si, mi estrella cuando la miraba daba un rápido destello un poco mas grande del normal y así me hacía sentir que la fascinación era mutua.
Por fin, un día, el destino o unos extraterrestres muy adelantados, lograron darme una solución a mi problema. Cuando yo miraba a mi estrella, ella me enviaba un rayo de luz, que llegaba directamente a mi pecho. Un pequeño haz, casi imperceptible por el ojo humano (mis ojos en aquel momento no eran humanos, estaban enamorados). Esas partículas luminosas eran su pura esencia que enviaba a la tierra para hacer de cable interespacial y poder comunicarnos. Sorprendentemente, o yo entendía estrello sin problema, o ella hablaba en castellano. O no importaba tanto el idioma sino la energía con la que nos tocábamos. Era tan gratificante sentir el calor de sus caricias que a veces, incluso, olvidaba funciones tan vitales como comer o dormir. Ella se convirtió en el sentido de mi vida, y mirarla todas las noches en la rutina más placentera. Se convirtió en mi única obsesión. Una obsesión correspondida en la que la magia cargada de realidad se transformaba en una explosión de inmenso amor. Era la luz de mi vida. Me resucitó cuando estaba a punto de morir. Le dio un significado a mi vida y a mi misma. Y sin darme cuenta, hasta me transformó por completo.
Los problemas empezaron cuando ella me pidió que viajara por la línea incandescente que nos unía hasta tocarla de cerca. He de reconocer, que tarde varios meses en decidirme por el miedo que me producía el mundo exterior. Perdón, mejor dicho, el exterior del mundo. Sin embargo, tras varias noches escuchando su llanto, decidí emprender el viaje. Mi corazón estaba tan pleno e ilusionado que las dudas tan sólo servían de miguitas para volver a casa. Por fin la tenía a mi lado y pude recorrerla entera con las palmas de mis manos. Por fin pudimos estasiarnos con nuestra completa unión. Más allá de lo terrestre. Más allá de lo espacial. Magia y realidad. Divino y humano. El culmen de los sentimientos placenteros.
Sin embargo, no duró demasiado. Su magia no era lo bastante buena como para sustituir el oxígeno terrestre al que la estúpida de mi estaba acostumbrada. Mi primera estancia no duró mucho. Pero hubo más, muchas más. Tomábamos el tiempo necesario para recuperarme y atender mi vida de terrícola normal. En cuanto podía, me escapaba como un cohete sin frenos. Al pensar en aquellos momentos tan sólo puedo decir "felicidad intensa".
Cuando el desgaste de mis zapatillas hizo su mella, un día dejé de oírla. Todas las noches la veía en el cielo y me interponía entre su rayo y el resto del mundo. Sin embargo, era como si ya no me mirase. Y la incertidumbre agarrotó mi corazón. Mi corazón y el resto del cuerpo, pues me quedé inmóvil por varios años. Al despertar de mi letargo, un último aliento de valentía recorrí el hilo que nos unía para ir en su búsqueda. Llegué al final y no la encontré. No estaba. ¿Había desaparecido? ¿Cómo podía no estar si yo la veía todas las noches? ¿Cómo es posible tal engaño? Entonces me senté donde antaño estaba ella, y recordé las nociones básicas de astronomía. Mi estrella era tan fabulosa que estaba lejos de lo terrenal. Concretamente, a varios años luz del lugar que yo habitaba. Ella ya no estaba, pero su luz seguía llegando. La había perdido sin darme cuenta, desapareció mucho antes de mi viaje.
Esto me hizo pensar, que quizá también ella me miró mucho antes que yo ha ella. Imagino entonces su frustración, al fijarse en mí y yo ignorarla por desconocimiento. Había perdido varios años por ser invisible para mi y otros tantos por ser tan visible que no me percaté de que la perdía.
Y se fue y me dejó sola entre lo mundano. Con un destello en el que sólo estoy yo.
Quizá era demasiado poco para ella, quizá tardé demasiado en ir a buscarla. Quizá la obligaron a irse. Quizá se fue porque no quiso, porque no quiso quererme más. Quizá se largó para buscar un extraterrestre que también pudiese hacer magia. Quizá...quizá...quizá simplemente se cansó de mi y mi realidad. Quizá...quizá...quizá le guiñaba el ojo a más seres en todo el espacio y uno se la llevó. Quizá...quizá...quizá quiso recorrer el espacio que yo no podía ofrecerla y encontrar algo más apropiado a su categoría. Pero las estrellas nacen para alumbrar, por lo que supongo que ya está alumbrando otro corazón en otro planeta. A pesar de todo, tengo el orgullo de decir que soy la única persona en la faz de la tierra a la que amó una estrella. La mejor estrella del infinito y más allá.