Tengo un amigo despistado que no se acuerda nunca de mi cumpleaños. Ni de los momentos más importantes de mi vida. Tiene el don de la inoportunidad, viniendo enfadado a gritarme cuando se está difuminando la melodía que me mantiene cuerda. Caprichoso, sin sentido, incluso inaguantable cuando se esfuerza. Un completo desastre distraído que, confundido, se alía con mis enemigos dando patadas a mis amigos.
Aún así, aunque a veces se me olvida, procuro cuidarle bien. Le mimo de vez en cuando, pero disimuladamente, para que no se vuelva demasiado melindroso. La razón es que dentro de su algarabía incomprensible, es el único capaz de reconquistarme una y otra vez. Aleatoriamente, se olvida del día en el que vive y decide agasajarme con lo mejor que encuentra por ahí. Puede por ejemplo, dejarme a los pies el tesoro que algún pirata ingrato desdeñó. O encontrar entre las calles de la ciudad unas manos que me acaricien la espalda dejando huellas con las uñas. Otras veces, me atrapa de repente y me secuestra dentro de una pastilla efervescente. Es increíble el cosquilleo que producen las burbujas al resbalar contra la piel. Harían faltan al menos 20 diccionarios para encontrar una descripción que se acercase al fenómeno producido. Sólo él es capaz de traerme tantos regalos de felicidad...Cuando está inspirado se queda sin dormir, organizando las burbujas para que pueda flotar sobre ellas. O rellenándolas de chocolate para mí.
Después de mucho tiempo soportando sus ronquidos y consolando sus pesadillas, se ha despertado de su siesta y ha decidido regalarme litros de sensaciones, de buenas sensaciones.
Al final, siempre consigues que no te pueda odiar. Que no te eleve demasiado el ego, pero brindo por muchos años juntos, querido karma.
martes, 10 de marzo de 2015
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