La noche estaba iluminada por multitud de estrellas sonrientes. Era una noche especial y, como todo lo excepcional, esquiva. Por eso, no se repetía con frecuencia. De hecho, tan sólo se asomaba cada cuatro años. Iba juntando los restos que le sobran a cada año para después transformarlo en una noche brillante. Brillante pero no como el arroz, que no se pasa, la noche del 29 de febrero se pasa dejando tras de sí un mesecillo loco.
Las cigüeñas se han hecho con los tejados y escuchan los encargos de mediados de mes. Es bonito empezar superar la cuesta de enero celebrando la versión comercial de cupido. Es bonito encontrar corazones que se refugian en ese recuerdo para reír en los días grises. Será por eso que febrero es el loco, porque el amor nunca tuvo cordura, porque es el único que cuenta con un día que baila.
Sin embargo, situarnos en la ultimísima noche de febrero no debe desilusionarnos, pues marzo trae vientos frescos de esperanza y felicidad.
lunes, 29 de febrero de 2016
29 de febrero
domingo, 28 de febrero de 2016
El cuento feo
Érase una vez un cuento feo. Nadie sabe quien lo escribió ni si era ficción o realidad. Érase se una vez unas letras oscuras que navegaban entre las mentes más llenas de vida. Se alojaban disimuladamente entre las rocas del subconsciente y emergían cada noche provocando marejadas y tempestades.
Este cuento feo, lleno de letras oscuras, se creía invencible e inmortal. Se jactaba de su poder machacando realidades repletas de felicidad. Sin embargo, había alguien que no se daba por vencida. Una mujer seria, muy seria, muy muy seria, realmente seria, capaz de decir tres veces seguidas y sin reírse "pío, pío pajarito, pío,pío pajarito". Esta mujer, que además era un poco creída, pero porque podía, decidió plantar cara al cuento feo, tan feo que era horrendo.
Su estrategia fue seguir la sabiduría popular y, ya que no podía con el enemigo, se unió a él. Por eso, y porque siempre le habían llamado la atención los feos(con alguna excepción), decidió seducir al cuento feo. Fueron unos meses muy duros, disimulando insultos como si fueran piropos. Al final, consiguió enamorar por completo al cuento feo. De este modo, le tenía controlado, ya que le pedía de forma sugerente que no molestase a nadie. Se lo quedaba sólo para ella, protegiendo y cuidando al resto de personas con mentes llenas de vida.
Y, así fue, cómo poco a poco, el horrible cuento de letras oscuras fue alejándose de las gentes y dejó de molestar e incordiar las noches de la gente de bien.
miércoles, 24 de febrero de 2016
No amanece...
viernes, 12 de febrero de 2016
Deja de buscar y déjate sorprender
martes, 9 de febrero de 2016
La ardilla Heidi
Había una vez una ardilla llamada Heidi que nació un poco defectuosa. Aparentemente era como otra ardilla cualquiera, sin embargo carecía de una habilidad esencial. No lograba aprender a hablar. Era curioso ver como podía comunicarse con otras especies mejor que ninguna ardilla y, sin embargo, no conseguía dialogar con los suyos. Tenía buen corazón pero un poco de mala pata. Su dificultad con el idioma provocó que muchas ardillas no quisieran estar cerca.
Con los años, esto le dolía y frustraba cada vez más. Seguía sin resolver el misterio de porqué no entendía a las otras ardillas, ni las demás la entendían a ella. Heidi decidió entonces hacerse fuerte y refugiarse en los árboles de la zona. Ellos eran distintos y eso le encantaba a Heidi. Encontró entre los árboles un buen lugar dónde existir, por eso, decidió agradecérselo cuidando de ellos de una forma especial. Puso tanto empeño y cariño que pronto se convirtieron en unos árboles frondosos y espectaculares. Eran los árboles más preciosos que jamás habían existido. Irradiaban tanta belleza que parecían mágicos. Los árboles, encantados, le sonreían y alegraban la vida. La ayudaban con el idioma y protegían de las inclemencias del tiempo.
Sin embargo, no todo era prefecto. Heidi soñaba con poder ser una ardilla normal y ponía mucho empeño en ello. Incluso en los juegos en los que tiraban piedras (Heidi no entendía porqué), se las guardaba, en lugar de lanzarlas de nuevo. Recogía todas las piedras que encontraba para evitar que dañasen a alguien. Así iba acumulando piedras. A veces, acumulaba tantas piedras que le costaba andar y su rutina de regar y cuidar los árboles se hacía dura y peligrosa.
Un día, cargaba con tantas piedras, que tropezó y se cayó. Todas las piedras salieron disparadas y golpearon al árbol más cercano, rompiéndole un par de ramas. Cuando se levantó del suelo, Heidi vio con impotencia las heridas del árbol y se apresuró a curarle.
Con el tiempo, fue mejorando el equilibrio y construyó varios útiles para sujetar mejor las piedras que cargaba. Sin embargo, sus esfuerzos no lograron solucionar el problema completamente. Siempre acababa tropezando y dañando al que tenía más cerca, es decir, a sus amados árboles. Viendo que después de tantos años no lograba encontrar la solución, la pequeña ardilla Heidi decidió alejarse para evitar volver a hacer daño a los que más quería. Y, así fue, como la pequeña ardilla emigró sola al desierto, dónde sólo hay inerte arena.
lunes, 8 de febrero de 2016
El árbol ardillado
Érase una vez, un árbol que creía lejos de cualquier civilización. La compañía más amena con la que contaba eran unas ardillas que vivían en los alrededores. Éstas ardillas se pasaban el día jugando por allí y, de vez en cuando, interactuaban con el frondoso árbol.
Había algunas un poco traviesas. A menudo, le tiraban alguna piedrecita y se reían de sus quejidos. El árbol, a veces, se quejaba exageradamente para verlas reír, pues algunas chinas apenas le rozaban. Otras ardillas, se tiraban piedras entre ellas, y cuando fallaban, daban al árbol. Había una ardilla muy especial. Siempre se portaba bien con el árbol. Le cuidaba con mucho mimo y atenciones: le regaba todos los días un poquito, le protegía del frío en invierno, le defendía de las plagas de insectos, le podaba para que estuviese guapo...
Un día esa ardilla estaba se puso muy muy roja y le salía humo por las orejas. Ese día, el bonito árbol vio, incrédulo, como una enorme roca le golpeaba el costado rompiéndole varias ramas. No pudo entender cómo su ardilla preferida, a la que más quería, la que tanto le cuidaba hizo algo así.
Pasados unos meses, el árbol ya estaba recuperado, gracias también a los cuidados de su ardillita, la cual estaba muy arrepentida. El árbol la perdonó y todo volvió a la normalidad.
Unos años después, el árbol volvió a recibir un duro castigo inesperado por parte de la ardilla. Acabó perdonándola, por lo buena que era otras muchas veces y porque el también le falló alguna vez, pero aprendió una lección. Debía estar preparado para recibir un duro golpe de vez en cuando o alejar a esa ardilla tan especial para siempre