Camisetas geniales!!!

"Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía". (Marcela Lagarde)

martes, 9 de febrero de 2016

La ardilla Heidi

Había una vez una ardilla llamada Heidi que nació un poco defectuosa. Aparentemente era como otra ardilla cualquiera, sin embargo carecía de una habilidad esencial. No lograba aprender a hablar. Era curioso ver como podía comunicarse con otras especies mejor que ninguna ardilla y, sin embargo, no conseguía dialogar con los suyos. Tenía buen corazón pero un poco de mala pata. Su dificultad con el idioma provocó que muchas ardillas no quisieran estar cerca.
Con los años, esto le dolía y frustraba cada vez más. Seguía sin resolver el misterio de porqué no entendía a las otras ardillas, ni las demás la entendían a ella. Heidi decidió entonces hacerse fuerte y refugiarse en los árboles de la zona. Ellos eran distintos y eso le encantaba a Heidi. Encontró entre los árboles un buen lugar dónde existir, por eso, decidió agradecérselo cuidando de ellos de una forma especial. Puso tanto empeño y cariño que pronto se convirtieron en unos árboles frondosos y espectaculares. Eran los árboles más preciosos que jamás habían existido. Irradiaban tanta belleza que parecían mágicos. Los árboles, encantados, le sonreían y alegraban la vida. La ayudaban con el idioma y protegían de las inclemencias del tiempo.
Sin embargo, no todo era prefecto. Heidi soñaba con poder ser una ardilla normal y ponía mucho empeño en ello. Incluso en los juegos en los que tiraban piedras (Heidi no entendía porqué), se las guardaba, en lugar de lanzarlas de nuevo. Recogía todas las piedras que encontraba para evitar que dañasen a alguien. Así iba acumulando piedras. A veces, acumulaba tantas piedras que le costaba andar y su rutina de regar y cuidar los árboles se hacía dura y peligrosa.
Un día, cargaba con tantas piedras, que tropezó y se cayó. Todas las piedras salieron disparadas y golpearon al árbol más cercano, rompiéndole un par de ramas. Cuando se levantó del suelo, Heidi vio con impotencia las heridas del árbol y se apresuró a curarle.
Con el tiempo, fue mejorando el equilibrio y construyó varios útiles para sujetar mejor las piedras que cargaba. Sin embargo, sus esfuerzos no lograron solucionar el problema completamente. Siempre acababa tropezando y dañando al que tenía más cerca, es decir, a sus amados árboles. Viendo que después de tantos años no lograba encontrar la solución, la pequeña ardilla Heidi decidió alejarse para evitar volver a hacer daño a los que más quería. Y, así fue, como la pequeña ardilla emigró sola al desierto, dónde sólo hay inerte arena.

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