Érase una vez, un árbol que creía lejos de cualquier civilización. La compañía más amena con la que contaba eran unas ardillas que vivían en los alrededores. Éstas ardillas se pasaban el día jugando por allí y, de vez en cuando, interactuaban con el frondoso árbol.
Había algunas un poco traviesas. A menudo, le tiraban alguna piedrecita y se reían de sus quejidos. El árbol, a veces, se quejaba exageradamente para verlas reír, pues algunas chinas apenas le rozaban. Otras ardillas, se tiraban piedras entre ellas, y cuando fallaban, daban al árbol. Había una ardilla muy especial. Siempre se portaba bien con el árbol. Le cuidaba con mucho mimo y atenciones: le regaba todos los días un poquito, le protegía del frío en invierno, le defendía de las plagas de insectos, le podaba para que estuviese guapo...
Un día esa ardilla estaba se puso muy muy roja y le salía humo por las orejas. Ese día, el bonito árbol vio, incrédulo, como una enorme roca le golpeaba el costado rompiéndole varias ramas. No pudo entender cómo su ardilla preferida, a la que más quería, la que tanto le cuidaba hizo algo así.
Pasados unos meses, el árbol ya estaba recuperado, gracias también a los cuidados de su ardillita, la cual estaba muy arrepentida. El árbol la perdonó y todo volvió a la normalidad.
Unos años después, el árbol volvió a recibir un duro castigo inesperado por parte de la ardilla. Acabó perdonándola, por lo buena que era otras muchas veces y porque el también le falló alguna vez, pero aprendió una lección. Debía estar preparado para recibir un duro golpe de vez en cuando o alejar a esa ardilla tan especial para siempre
lunes, 8 de febrero de 2016
El árbol ardillado
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario