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"Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía". (Marcela Lagarde)

jueves, 28 de abril de 2016

Cuestión de religión

Siempre buscaste lo mismo. Una religión que iluminase tu camino y guiase tus pasos perdidos. Los acontecimientos que te vieron crecer fueron tallando una oscuridad entorno a tus ojos y tu corazón. Y tú decidiste no luchar hacia dentro, sino hacia fuera. Olvidaste buscar el un faro en los puertos a los que llegan tus venas y preferiste dejarte guiar por cualquier cerilla a tu vera. Buscabas una religión con una diosa real, de carne y hueso. Cuyos rezos consistan en tocar su piel y besar su boca. Era eso lo que buscabas, una diosa en la tierra que te continuamente te mantenga a flote.
Yo buscaba un pilar que cargarse mi autoestima. El beneficio de la duda en cada gesto. La presunción de bondad en mi corazón. Buscaba encontrar un espejo que, sin mentirme, no me devolviese un demonio. Ansiaba reinar en un corazón ajeno. Confesar mis miedos. Un refugio sin espinas dónde descansar de tanta guerra. Un lugar dónde mis palabras sinceras y honestas cobraran sentido.


Y la encontraste. Y lo encontré. Me encontraste. Te encontré. Me hiciste tu diosa irrefutable y seguiste los mandamientos de mis miradas con fidelidad y devoción admirable. Incluso rozando el extremismo. Yo descargué sobre tus hombros la máscara que cargo como una cruz. Desnude mi alma por completo y me dejé caer confiando en tus brazos.


Fueron cuatro años vertiginosos de penitencia y milagros. Cargados de una intensidad sobrenatural, dónde las tormentas inundaban hasta el cielo y el sol nos elevaba por encima de las nubes. Eterno en su inmensidad.


Sin embargo, este no era nuestro destino. Se acabó. A mí, se me subió la deidad a la cabeza. Y a ti te fallaban los brazos. Y encontraste otras diosas por el camino. La primera de ella, vino de repente. Cuando yo aún estaba en el pedestal y me resistí a bajar. Tu alargaste los brazos a tu nueva diosa y yo me dejé caer con los ojos cerrados. Tu todavía rezabas alguna oración y yo caí contra el suelo de espaldas. Y me rompí y tu intentaste pegarme. Tu pedías, y yo sentía el pegamento demasiado fresco en mis costuras. Y fuiste enmudeciendo. Y yo permanecí con los ojos cerrados.


Llegó un día, en el que el pegamento estaba casi seco, y me moría de impaciencia por  volver a jugar. Sin embargo, tu ya habías encontrado otra diosa a la que seguir. Otra religión en la que encontrar paz. Y yo, seguía con los ojos cerrados. Y probé suerte, me balanceé un poco.


En ese instante, un gran huracán atravesó el espacio y me derribó con tanta fuerza que abrí los ojos. Tu no estabas ahí. Estabas en otro templo. Mi pedestal había quedado hecho trizas.


Ahora tu, adoras a otra diosa. Le has construido un pedestal y has creado tu propio ejercito unipersonal para defender tu religión. Y a mi, no sólo no me adoras. No sólo me bajaste del pedestal. Sino que me tratas de diablo vende motos. Tanto tiempo viendo a través de mis ojos y me pintas tan diferente. No fui mala con quien nunca amé. Me has curado palos de quienes amé. Y nunca me alcé en guerra. Y tu lo sabes bien. Y ahora, me dejaste sin podio y sin presunción de inocencia. Debe ser que tu nueva diosa habla un idioma tan diferente que ya es imposible que me leas.


Ahora yo, no me atrevo a cerrar los ojos. Aunque me recen al ras del suelo. Me abrigo con cada brisa. Ahora rezo en mi propia religión politeísta y sin siervos. No hay tanto milagro ni tanto castigo. Hay un olimpo pacífico, alejado de las religiones comunes. Ya no tienes cabida en mi reino, pues eliminaste tu fe en mí.

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