Camisetas geniales!!!

"Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía". (Marcela Lagarde)

miércoles, 6 de abril de 2016

Yo artista

Me hice mayor el día que añadir el gris a mi paleta de colores. No era una paleta muy grande, pero sí muy útil. Todo ocurrió como ocurren algunos de los hallazgos más increibles, por casualidad. Mi paleta tenía los dos colores básicos que te otorgan al nacer. El blanco y el negro. El bien y el mal. Esto si. Esto no.
Esta paleta tan básica iba acompañada de un pincel a juego. Un pincel espectacular. Supongo el maestro de lienzos me otorgó una herramienta tan buena en compensación por la paleta que me había tocado. Tal era la calidad de mi pincel, que siempre lograba plasmar con gran acierto aquello que deseaba. A pesar de tener sólo el blanco y el negro. El tiempo fue deteriorando la paleta y deshaciendo el pincel entre mis dedos. La consecuencia de lo primero, fue que el blanco y negro se acercaron tanto, que acabaron tocándose. La consecuencia de lo segundo, fue que la magia pasó a mis manos y la calidad del pincel dejó de ser importante.
Al principio, invertí mucho esfuerzo en limitar mis dos colores y mantenerlos separados. Fueron días duros, en los que la frustración se adueñaba de mi mente, mi cuerpo, mi alma y mi tiempo. Días eternos que acabaron cuando decidí dejar de luchar. Enfrentándome a mi propio pincel, obligué a unirse al blanco y al negro. Un sucio gris emergió en mi paleta aclamando atención. Y domé al pincel hasta conseguir crear obras maestras con tonalidades. Retoqué todo lo que había hecho hasta ese momento y adquirió un volumen sorprendente. De pronto, mis cuadros comenzaron a tener relieve. Los tonos de grises añadían perspectiva y realidad a unos dibujos perfectos en los bordes y vacíos de contenidos.
Esta nueva técnica me llevó a emprender grandes cosas e, incluso, a terminarlas. Me permitió tener total control de mi obra. Dibujé y sombreé multitud de realidades a mi antojo.Y me quedé sin antojos. Era capaz de pintar satisfactoriamente todo lo que podía imaginar. Era capaz de impresionar y que los demás alabaran mis obras. Era capaz, incluso, de reflejar realidades abstractas. Sentimientos. Pensamientos. Sueños. Sueños grises.
Así fue como llegó el día, que sentía que era capaz de pintar más cosas de las que podía imaginar y soñar. Cuando mi paleta dejó de limitarme, la limitada era yo. O al menos, eso creía. Fueron días desconcertantemente tristes. Lo tenía todo (creía tenerlo) y no era feliz. Me faltaba algo que no podía buscar por ignorarlo. Hasta que llegó ella.
Ella llegó, una vez más, por casualidad. Desde el momento en el que cruzamos nuestros ojos, supe que era lo que estaba buscando. Aunque aún no sabía que me aportaría. El aliciente de encontrar sueños que plasmar con mis manos me hizo seguirla por los portales. Entre allanamiento y allanamiento, me lo enseño. Ella tenía todo un arcoiris de colores entre sus labios. En sus ojos. En su risa. En su piel. Jugaba conmigo deslumbrándome con distintas luces. Por fin un día, a oscuras escondiéndonos de la gente, me dio el primer color. Un rojo intenso que puso en mis labios incendíando mi corazón. Más tarde, escondidas en una manta de sofá, me regaló una paleta con muchísimos más colores de los que nunca podría haber imaginado. Una explosión de sensaciones recorrió mi cuerpo y dió sentido a mi vida. Mi obra comenzó a tener vida. A veces una vida radiante y otras desgarradora. Pero siempre vida. Magia y vida. Obtuve unos resultados espectaculares. Tan espectaculares que podían llegar ser o majestuosos o escalofriantes. Tenía entre las manos una paleta tan llena de vida que, a veces, el pincel se volvía loco y perdía completamente el control. A veces, yo también perdía el control de mis pinturas.
Por suerte o por desgracia, esto tuvo un final. Ella se marchó. No lo hizo silenciosamente y despacito. Ella provocó un huracán, un torbellino. Destrozó mis últimas pinturas. Me rompió el pincel y me golpeó duramente con la paleta antes de llevársela. Me dejó desolada, desnuda sobre el hielo. Quemó todo lo que yo tenía. No en una hoguera de madera como el fuego que me provocaba al principio. Era un humo negro, como cuando arde el plástico. El edor es insoportable. Y las cenizas dejan marcan. Arrasó un huerto y lo dejó estéril. Y yo, tonta de mí, metí las manos en el fuego para salvar algún cuadro. Mi piel se consumió junto con todo lo demás y mis dedos, en carne viva, quedaron casi inertes. El dolor se volvió tan intenso como habían sido mis creaciones durante esta época. Ella dió un portazo y me dejó desnuda, vacía, a oscuras. Sin paleta,  ni pincel, ni piel en las manos me ahogaba con mi propio aliento.
A tientas, conseguí encontrar un charco de lodo. Lodo negro entre una oscuridad profunda. Gracias a la habilidad que adquirí de pequeña, pude empezar a dibujar. Con lodo negro entre una abrumadora oscuridad. Completamente desolador, pero al menos no estaba muerta. Así conseguí mantener mi cuerpo vivo. Mi mente, mi alma y mi arte yacían por debajo de ese lodo. En un infierno autoinfligido. Una muerte en vida que amargaba mis noches. Noches que duraban 24horas al día.
Y, de repente, alguien encendió una vela. Después de mucho tiempo, pude ver mi cuerpo. Magullado y desnudo, pero mío.  Extendió su mano hacía mi y yo me resistí. Sin embargo, los ángeles ponen mucho empeño. Ella me agarró y me arrastró hasta una habitación de hotel cálida y confortable. Curó mis heridas a base de besos. Y templó mi cuerpo con el calor de sus caricias. Yo olvidé el lodo por una noche, sorprendida de lo bonito que es sentirse bien. Esa noche me permitiría no pintar.
Y se repitieron más noches de secuestros. Y cada vez se me olvidaba más colorear las paredes de negro. Hasta que decidí abandonar la vida artística y dedicarme a vivir como cualquier persona inmersa en su rutina.
Duró poco, pues ella leyó en mis ojos el destello de las pinceladas. Observo con cautela el recuerdo de las obras que guardaba mi corazón. Y me invitó a retomar mi oficio. Me negué a buscar las herramientas. No podría jamás volver a encontrar colores tan flamantes y brillantes como los que ella me prestó. Y si los encontrara, no podría manejar su poder. Los cuadros serían sangrantes y perturbadores. Ella me consolaba entre sus brazos, colocando una mirada tierna sobre mi alma encogida.
Una vez más, la perseverancia de este ángel, vino a solucionarme la vida. Ella me trajo una nueva paleta y un nuevo pincel. He de reconocer, que al principio, algunos cuadros sólo eran manchas negras. Sin embargo, tenía ante mi un amplio surtido de colores pasteles. Volvía a tener entre mis manos un reto que superar. Despacio, suave. Multitud de colores inofensivos a mi alcance. Ahora puedo volver a rellenar lienzos con magia y vida. Voy construyendo una nueva colección que no explota ni aterra. Una colección que me permite ser artista y persona. Tener arte y realidad. Sumergirme en la magia de mi alma surcando los trucos de su piel. Ya no soy inerte. Tampoco soy una ilusión magica, ni un sueño. Soy realidad. Bonita realidad.

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