Menos mal que soy un tipo paciente, porque lo cierto es que mi vida no siempre es fácil. Vivir en una granja da mucho trabajo, sobre todo cuando los animales son tan tontos como los míos. Todo el tiempo les estoy intentando explicar las cosas, enseñar y proteger. Sin embargo, como no entienden, se frustran y se enfadan. Menos mal que estoy yo, sino no sobrevivirían. En especial, me preocupa una de ellos. Solía escaparse a menudo, pero siempre volvía. Yo sé que su problema es que no le gusta estar encerrada y, por eso, la dejaba hacer excursiones por su cuenta. Sin embargo, este año me ha tenido preocupado. Sus viajes han sido más largos y sus estancias, minúsculas. Temo que algún día se pierda y no sepa volver. O que encuentre un hogar mejor y no quiera volver. Como responsable de mi casa, debía estar preparado. La solución ha sido adoptar un nuevo miembro. Al principio, pensé que sería fácil. Con lo bobos que son, no se darían cuenta. Estaba equivocado, así que tuve que probar con varios animales. Por fin conseguí encontrar la sustituta perfecta. Nadie nota ya el vacío de mi pobre viajera. Son felices, dentro de sus limitaciones. Sin embargo, yo, de vez en cuando, sigo acordándome. Tengo la esperanza de volverla a oler y llevarla sobre ruedas. Aunque su recuerdo cada vez es más difuso, cuando paso por la estación, sigo pensando que quizá la encuentre. Hoy tengo la vaga esperanza de que regrese para hacerla sonreír, porque hoy es un día importante. Pero no quiero pensarlo mucho, porque estos idiotas no tienen ni idea de lo que importa, ni de lo que es bueno, ni de nada. Por lo que quizá, tampoco regrese para mi cumpleaños. Guau.
lunes, 30 de noviembre de 2015
sábado, 28 de noviembre de 2015
Triquitruco
Brim, brum, brem. Las que se van no vuelven. Jamás vuelven. Escapan saltando por la ventana sin mirar atrás. Se marchan para siempre.
Patapim, patapam, patraña. Caraleña, petritroso, bilipendio. Movimientos incoherentes que describen la armonía de la relativa libertad. Abandonan los sentidos en formato electrónico.
Akjilejlkasn.amxñxkjfoiaejalsdfnv kiurelmiojñkeaslijeqñkjoqjlkjdaiue dfjahiooñaknv . O lo que es lo mismo, me voy a dormir que es tarde y ya sacie la morriña del teclado.
jueves, 26 de noviembre de 2015
Una vez más
Una vez más veo despuntar el alba involuntariamente. Con la compañía no elegida de quien me obliga. Indolente y desalmado, me atrapa y me condena.
Una vez más, llegó sin avisar y no fui capaz de echarle. Vino a perturbarme y dejarme su recuerdo. Cuanto más fuerte estoy, menos se va. Se nutre de mí hasta que estoy completamente agotada. Entonces, se esfuma y se olvida de que estuvo aquí.
Una vez más, agoté todos mis trucos sin resultado. Una vez más, puto insomnio.
martes, 24 de noviembre de 2015
Un tipo especial
jueves, 19 de noviembre de 2015
Ven
Parada
Y ahora que estoy sola, a años luz de la vida, paro. Me detengo por la fuerza que inmoviliza mis músculos. Superior a cualquier otra fuerza. Más fuerte y potente que un grito ahogado. Más conmovedor que las lágrimas contenidas de unos ojos que miran con amor. Embebida en un torbellino que anula mi voluntad y turba mi entendimiento. Girando sin frenos, adelantando a la luz. Ese es el problema, dejar atrás la luz implica oscuridad. Inmensa y fría oscuridad. Así que me detengo. Sosteniendo una nota imposible en mi garganta. Cargando con mi propio peso. Sola. Débil. Frágil. Cada segundo que soporto esta tempestad sin una mano amiga, me hago más fuerte. Pero la prueba de fuego está demasiado cerca. Es inminente. Quizá me falten segundos de fortalecimiento. Quizá decida flotar sobre mis lágrimas. Quizá simplemente muera hoy para resucitar mañana. Quizá me rinda o quizá suceda un milagro. Al menos, a falta de jarabe, estas letras calman un poco la ansiedad.
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Río de olvido y recuerdos
domingo, 15 de noviembre de 2015
Mi pared destruida
Fui dando golpecitos contra la pared. Lo hice con mi puño de martillo. Cuando me aburría, daba un par de toques suaves. Cuando estaba cansada, daba muchos toques sin apenas fuerza. Cuando la ira o la frustración se apoderaba de mí, daba tres golpes tremendamente fuertes. Y así fue como el día que quise poner un bonito cuadro, sólo quedaba un enorme hueco.
jueves, 12 de noviembre de 2015
De persona a gaviota
Sin embargo, la oscuridad a que me vi obligada a soportar me obligó a abrir más los ojos. Levantarme de mi mesa y observar mi alrededor. Un alrededor que convive conmigo constantemente, pero a penas presto atención. Una vez más, granuja la vida, presentó una paradoja. Conseguí ver a ciegas, lo que la luz no mostraba.
Encontré el rincón de las cosas perdidas. Donde se guarda aquello que no usas a diario. Que, aunque inútil, una extraña fuerza interior impide que vaya a la basura. También pude recordar el motivo que llevaron esos objetos al rincón del olvido. Tan sólo dejé algunos. Otros se los llevará esta noche el camión de la basura.
Percibí el olor del miedo a lo desconocido, a la variabilidad de la rutina y la tensión de no saber el tiempo que llevará restaurar la normalidad. Lo percibí claramente, tan claro como si lo tuviera al lado. También escuché algún llanto por algún ordenador que se apagó antes de guardar el trabajo. Y vi salir del escobero a un par de despeinados.
Puse mi objetivo en conquistar ese momento. Una noche diurna en un lugar que apenas conocía si me sacaban de mi camino. Me olvidé de coger el abrigo, las llaves, el móvil y dejé para mañana todo lo que tenía que hacer y lo que surgiese. Corrí con ansia hasta el edificio contigo, frenando en seco ante la puerta. Preguntándome qué esperaba encontrar y si estaba preparada. Hice lo mismo con cada edificio. En el último, la puerta estaba cerrada. Después de todo el esfuerzo que había realizado entre la multitud astiada y escandalizada por los cortes de luz, me parecía una decepción no entrar en el último edificio. Decidí entrar por la ventana. Sin muchas ganas, con aburrimiento y por inercia. Sólo por ser el único que quedaba. Aunque me aturdía la sensación de parecerme a mi hijo pequeño buscando aventuras tontamente, cuando ya no tengo imaginación. El portero estaba allí. Creo que a él también le recordé a un niño pequeño. Sin embargo, sacó una pequeña sonrisa desganada para agradecerme que llegase a hacerle compañía. Aquel hombre siempre me pareció aburrido y soso. Pero hoy, con mis ojos de niña aventurera, resultó bastante interesante. Con la escusa de buscar los plomos y dar la luz, me condujo a un refugio secreto bajo el suelo. Al principio no quería, pero tuve que aceptar su consejo. Así que me convertí en lombriz. De este modo, la humedad y estrechez de los pasillos era más llevadera. La sensación de arrastrarse sobre la suciedad no terminaba de compensar las ventajas de ser lombriz. Vino la luz, pero el muy...pi...no quiso enseñarme a desconvertirme. Me cogió con desprecio, ya con forma de hombre, y me dejó en el jardín. Me arrastré murmurando maldiciones y envenenándome con palabrotas hacia la salida de la universidad. Obviamente, no iba a aparecer así en mi despacho. Por el camino, me encontré un trébol de cuatro hojas. Me quedé anonadada. Nunca había visto uno, por más que había buscado. Y así, de repente, estaba ante mis...¿manos de lombriz? Como fuere, decidí no moverme de allí hasta encontrar una solución. Se supone que debería tener suerte. Y así fue, apareció un duende entre las hojas del césped recortado. Huía de una liebre que le perseguía enfurecida. En su carrera, iba agitando lo que parecía una mini marmita de polvos mágicos. Por suerte, me cayeron unos cuantos encima. Al mirarme, vi un cuerpo blanco sobre unas patas palmípedas. Un pico que me permitió agarrar el trébol de cuatro hojas y unas alas que me permitieron volar libre.
martes, 10 de noviembre de 2015
No me quieras rápido, quiéreme de verdad
lunes, 9 de noviembre de 2015
Sóbame
Desgástame la piel como si fuera a caducar mañana. Aún con ropa, hoy se encuentra demasiado fría. Las telas no frenan el azote del hielo intravenoso. Es mi cuerpo el que te busca. Es mi cuerpo el que te añora. Arráncame a bocados el peso de la vida. Deslizáte, como una serpiente sigilosa, por toda la cáscara de esta manzana envenenada en la que me he convertido. Quiero envenenarte de pasión, hasta que pierdas la cabeza. Hasta que la adicción por tocar mi desnudez embruje tu existencia. Quiero ser el único trago que calme tu sed. Sin embargo, guardo un corazón vacío en su último latido. Guardo un corazón hecho cenizas. Un bosque de amor devastado por pirómanos caníbales que yo crié y alimenté. Moribunda ansío que el aire de tu boca, al susurrar, encienda estas ascuas. Devuélveme a la vida en forma de llama forjadora de sueños. Dibuja senderos silenciosos que unan todos los poros de mi piel. Estremece hasta los huesos que me sostienen, con las yemas de tus dedos. Haz que cale el calor de tu boca, desde lo visible hasta lo invisible. Tócame a oscuras, que no haya mas sentidos que nuestros tactos. Diluye mi agonía entre tus caricias, llevándome a un éxtasis sensorial. Quiero hablarte sin palabras. Quiero que nuestras lenguas se encarguen solo de saborear el placer que generemos. Ven y leéme en braile. Calma el dolor de no sentir la presión de tus dedos agarrando mi contorno. Ven, que prometo recompensarte con una larga historia entre las sábanas. Con un cuento sordomudo que te descubra lo que nadie más supo decir. Ven despacio y tócame a cámara lenta, acentúando nuestro encuentro. Hagamos un juego sublime que deje huella y me devuelva a la vida.
jueves, 5 de noviembre de 2015
El tobogán
Esto ya lo he vivido. Una vez, dos, tres...varias veces. Das un pequeño salto y te dejas caer. Recorres la espiral que dibuja el tobogán a cámara lenta. Queda perfectamente visible el túnel de aire que se pronuncia entorno a ti. Al principio, resulta llevadero, pero a medida que desciendes, se va impregnando de frío tu cuerpo. Lentamente, cada vez más frío. Quienes llegan al final, pasan a un estado más helado que la congelación. En ese momento, se vuelven frágiles por dentro. El super hielo protege su estructura externa, pero las gotas heladas entre los músculos destrozan el organismo. Un pequeño golpe puede desencadenar grandes masacres.
La única forma de no llegar hasta el final, es escaparse antes. Coger la escalera de cuerda que te devuelve a la cima del tobogán. Sin embargo, hay que saber dónde está y querer agarrarse a ella. A mí me la enseñaron y, de vez en cuando, me la acercan si es necesario. Pero yo, que no logro pisar en firme, ¿cómo te agarro sin caerme contigo? ¿cómo puedo alcanzarte sin romperme?