Fui dando golpecitos contra la pared. Lo hice con mi puño de martillo. Cuando me aburría, daba un par de toques suaves. Cuando estaba cansada, daba muchos toques sin apenas fuerza. Cuando la ira o la frustración se apoderaba de mí, daba tres golpes tremendamente fuertes. Y así fue como el día que quise poner un bonito cuadro, sólo quedaba un enorme hueco.
domingo, 15 de noviembre de 2015
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