Esto ya lo he vivido. Una vez, dos, tres...varias veces. Das un pequeño salto y te dejas caer. Recorres la espiral que dibuja el tobogán a cámara lenta. Queda perfectamente visible el túnel de aire que se pronuncia entorno a ti. Al principio, resulta llevadero, pero a medida que desciendes, se va impregnando de frío tu cuerpo. Lentamente, cada vez más frío. Quienes llegan al final, pasan a un estado más helado que la congelación. En ese momento, se vuelven frágiles por dentro. El super hielo protege su estructura externa, pero las gotas heladas entre los músculos destrozan el organismo. Un pequeño golpe puede desencadenar grandes masacres.
La única forma de no llegar hasta el final, es escaparse antes. Coger la escalera de cuerda que te devuelve a la cima del tobogán. Sin embargo, hay que saber dónde está y querer agarrarse a ella. A mí me la enseñaron y, de vez en cuando, me la acercan si es necesario. Pero yo, que no logro pisar en firme, ¿cómo te agarro sin caerme contigo? ¿cómo puedo alcanzarte sin romperme?
jueves, 5 de noviembre de 2015
El tobogán
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