Camisetas geniales!!!

"Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía". (Marcela Lagarde)

miércoles, 28 de octubre de 2015

El triste descubrimiento

En aquellos tiempos yo era muy joven. Demasiado joven, diría yo,  para haber sufrido un percance de tamaña envergadura. A pesar de mi juventud, yo ya tenía las dotes de aventurera que me caracterizan en la actualidad. Aventurera y pasión el descubrimiento de misterios nuevos y antiguos, ocultos y visibles. Estas peculiaridades son las que me llevaron a emprender una búsqueda realmente compleja y peligrosa.
Se trataba de descubrir las malas artes que empleaban unos señores para conseguir introducirse en cualquier casa sin ser vistos y a tremenda velocidad. De hecho, mi casa había sido unos de sus objetivos algunos meses atrás. La mayor dificultad a la hora de estudiar su "modus operandi" era que no actuaban a menudo. Por tanto, era difícil acudir a las escenas dónde se habían producido los allanamientos de morada y buscar pistas. El trabajo que tenía por delante era, por tanto, puramente deductivo. Con las pocas pruebas que tenía y la constatación empírica de apenas dos acontecimientos, habría que trabajar duro mentalmente para descubrir su plan de ataque.
Obviamente mi investigación debía ser muy discreta y sin confiar en nadie. Al haber sido afectados todas las personas que  conozco y yo misma, cualquiera podría estar metido en el ajo y ser cómplice. Es por eso por lo que decidí interrogarlos a todos de forma disimulada. Les contaría mi experiencia y poco a poco dejaría que ellos me hablasen de la suya. Este método tenía la ventaja de ser muy discreto y pasar desapercibido. La desventaja es que no siempre recibía toda la información que quería (aunque normalmente recibía demasiada información inútil para mi investigación).
Una vez tuve todos los datos registrados, me encerré  en mi cuarto durante varios días. Exceptuaba las horas que debía dedicarme a otros asuntos serios. Calculé con exactitud el tiempo que tardan en abrirse y cerrarse las puertas y las ventanas (hice pruebas con todas las de mi casa). Considerando que eran varias personas y que cada persona abría una puerta o una ventana distinta, obtuve un resultado de 3234 puertas en una hora o 4312 ventanas. Las puertas tardan más en abrirse, pero tienen la ventaja de que tardas menos en pasar a través de ellas. Considerando que para poder hacer el menor esfuerzo en cada casa y ser lo más rápidos posible, es recomendable abrir la casa una sola vez y entrar y salir en ese espacio de tiempo. Teniendo en cuenta este aspecto, el asedio a cada casa, duraría aproximadamente 4´321 segundos. Es decir, en una hora, sin contar desplazamiento, podrían introducirse en 833 casas. Son muchas menos que todos mis conocidos, por lo que esta parte podría ser aceptable. Sin embargo, analizando la velocidad a la que debían moverse y la composición de los tejidos del cuerpo humano,  era prácticamente imposible juntar ambas cosas. La velocidad necesaria para llevar a cabo esta proeza superaba mucho a la registrada en el libro de los récords guines. Las únicas soluciones posibles es que no fueran humanos o que visitasen menos casas o que utilizaran más tiempo.
Sin embargo, lo más sorprendente es que nunca nadie los haya visto. Eso podría deberse a introducción de algún gas que provoque un profundo sueño. Esto podría realizarse únicamente cuando todos los habitantes estén acostados, puesto que en otro caso, alguien habría sufrido algún percance y sería notable la sedación. Por tanto, además deberían escuchar y esperar en cada casa o visitar varias veces una misma casa. Esto supone incrementar demasiado el tiempo dedicado por hogar.
La otra opción, es que tuviesen un compinche en cada casa. Por eso al día siguiente había tantos regalos, serían el pago que el compinche de cada casa habría recibido. Por eso, decidí interrogar más exhaustivamente a mis padres, pues eran ellos quien tenían el poder absoluto de mi casa.
La respuesta fue clara y dolorosa. Me llevó mucho tiempo recuperarme. Mis padres no sólo eran compinches. !Sino que se habían inventado todo!  Los Reyes Magos no existían ni lo habían hecho nunca. Fue un duro golpe para mí, pues mi empeño en la búsqueda era poder demostrar que se trataba de magia. Que la única explicación posible es que hacían magia. Tristemente, mi hipótesis deseada era falsa. Todo mi mundo de niña de 10 años se vino abajo. Ya no podía creer en la magia. Y en mis padres...tenía que pensarlo mucho. Este momento fue uno de los más duros de mi infancia. La magia había desaparecido en mi mundo. Había escrito cartas y puesto vasos de leche a unos seres que no existían.

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