Camisetas geniales!!!

"Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía". (Marcela Lagarde)

lunes, 19 de octubre de 2015

Fallida discusión

Hoy me levanté con ganas de discutir. Normalmente la gente se despierta con hambre o con sueño. O con ambas. Sin embargo,  en ocasiones, yo me levanto con ganas de discutir. Además de extraño puede parecer obvio. Lamentablemente no es así. He tardado varios años en descubrir que ese malestar que me encogía el pecho de vez en cuando era, simplemente, eso, ganas de discutir.
Después de conseguir descifrar el problema. Es decir, que tenía ganas de discutir. Ganas de discutir porque mis proyectos no se desarrollan como yo tenía planeado. Porque la frustación me alcanza y no me deja respirar. Ganas de discutir porque no me aguanto. Después de descubrir todo eso, trabajé para afrontarlo. Afrontarlo significa huir de las discusiones, esquivar los enfrentamientos en los que descargaría mi rabia y mi ira. Hacer frente a las ganas de discutir, implica esforzarme en evitarlo hasta que ya no tenga ganas.
El día fue cayendo sobre mí y las ganas de discutir hervían bajo una olla a presión que no me veía capaz de abrir. Al final, no pude contener más mi vertiente agresiva y decidí llamar a mi abogado. Es fácil discutir con mi abogado, siempre me da malas noticias y se encarga de decirme todo lo que no puedo hacer. Le llamé varias veces pero no contestó. Podría haberlo dejado ahí, pero, ya que sucumbí a la tentación, iba a pecar.
Me fui hasta su despacho en el centro de Madrid. Estaba situado en lo alto de un edificio señorial. Antiguamente era un edificio muy concurrido, pero ahora apenas tenía vecinos. En la planta de su oficina, ya sólo estaba su negocio. Llamé repetidas veces al timbre sin obtener respuesta. Todo era muy raro, pero pensé que quizá le había surgido algo. Quizá otro cliente con ganas de discutir.
Cuando ya estaba en disposición de irme, me dí cuenta de un detalle. La puerta estaba abierta una milésima. Empujé la puerta y abrí fácilmente. Fui enseguida a la habitación del fondo, dónde me solía recibir él. En ese momento no le concedí importancia a lo vacío que estaba el resto del piso. Al abrir la puerta del despacho de mi abogado, la realidad cayó sobre mí como un piano de plomo. Algo horrible había pasado. Encontré la habitación vacía de muebles, salvo por una mesa escalofriante en el centro. Si hubiese visto esa mesa en un escaparate, no habría llamado mi atención. En un escaparate no sería el soporte de lo que ví. Sobre la mesa, estaba tendida la jefa de mi abogado. La única tela que cubría su cuerpo eran unas esposas de cuero en las muñecas y sus homólogas en los tobillos. Éstas mantenían a la jefa sujeta boca a bajo contra la mesa de cristal. La mordaza que la oprimía la boca, impedía que describiese lo fría que estaba. Su respiración era claramente dificultosa. En parte por las largas horas tendida con la espalda oprimiéndole el pecho. En parte, por la ansiedad de una situación tan  desagradable. En el suelo, unas gotas de sangre reseca ensuciaban el blanco impoluto que  siempre lucía. Provenían de las extremidades de la mujer. Era el resultado de las fuerzas de torsión sobre la frágil piel humana. Era producto de la lucha de una mujer por liberarse de la presión de una inmovilización impuesta. Fueron las gotas que brotaron cuando se acabaron las lágrimas. El escenario era un cuadro impactante, conmovedor y desolador.
Desaparecieron las ganas de discutir, y me acerqué con cuidado, intentando tranquilizarla con palabras de calma. En ese momento, mi debilidad hizo que me desmayara. Me desmayé y sus suplicantes gemidos desgarradores no consiguieron despertarme.

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