Camisetas geniales!!!

"Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía". (Marcela Lagarde)

martes, 25 de agosto de 2015

Créeme

Tengo derecho a que te creas mis mentiras. Si, lo tengo. Tengo todo el derecho. Estoy absolutamente convencida de ello. Es tu obligación creerte lo que digo. Y la suya. Y la de aquel. Cualquier persona que trate conmigo debería cumplir esta ley aprobada por mayoría absoluta el pasado año. Si, esta última parte es mentira. Pero hay que creérselo. ¿Por qué? Porque lo digo yo, y yo soy la reina universal de este mundo. Y quien diga lo contrario, será detenido por incumplir el precepto de creerse mis mentiras.

Si mentir para no hacer daño a los demás se considera piadoso, ¿cómo no voy a ser piadosa conmigo misma?. Las mentiras llevan evolucionando con el transcurso de la historia de la humanidad. Son una especie claramente designada por Darwin para que sobreviva. Para que nosotros sobrevivamos. Si mis respuesta a las preguntas que no te incumben son mentira, si estas respuestas no te perjudican y, sobre todo, si la mentira que te cuento me beneficia, es cruel aquel que quiera desenmascararme. Si miento para ocultar lo que no te pertenece, déjalo oculto. Si miento, porque escuchar de mis labios la verdad me duele, participa del embuste haciendo que me crees. Es más si miento porque decido mentir, es mi decisión. No es la tuya. Quien decide la versión de mi realidad soy yo. Quien decide el contenido de mi voz soy yo. Quien decide lo que quiere mostrar al exterior soy yo.

Quizá un día te diga que odio el exquisito y rico sabor del chocolate. Es mentira y tu única opción es creerme. Es verdad que en ese momento quiero vivir con esos parámetros. No tengo la obligación de explicarte que soy alérgica al cacao. O que me recuerda a mi abuelo. Ni si quiera tienes el derecho de saber que la última vez que comí chocolate me sentó tan mal que todavía no lo he superado. Y menos aún que es un alimento que reservo para ocasiones especiales. Por eso, sólo tiene cabida que me creas. O al menos, que utilices tu poder embustero. En tal caso, yo respetaré tu mentira.

El peligro es mentirse a sí mismo. El peligro es confundir al yo interior que tiene fe en ti. Es un peligro constante y que puede conseguir desestabilizar tus islas de mentira y verdad. Sin embargo, mientras uno mismo sea capaz de diferenciar, es posible salvarse. Mientras mi falsa realidad no destruya la realidad de otra persona, ya sea la verdadera o la inventada, es una obra teatral digna y valiosa. Mientras sea así, los demás deben respetar mis mentiras. Sólo así podrán respetar realmente mi verdad.

viernes, 21 de agosto de 2015

Es lo que es

No es tu boca, ni tu lengua, ni tu cuerpo. Ni siquiera el sonido de tu risa.
Podría pensarse que es tu voz. Tampoco es tu voz.
Quizá el movimiento de tus manos, o las caricias que regalas, o las que provocas. Quizá el movimiento de tu pelo, o el de tus caderas. Quizá para alguien que no sea yo. Para mí, tampoco es ninguna de estas cosas.
Pensar que se trata de tus besos y de tus mordiscos no sería descabellado. Si no se tratase de mí.
Tan sólo es saber leer tus miradas. Conseguir ver el fondo de tu alma asomándose a las ventanas de tus ojos.

domingo, 9 de agosto de 2015

Vuelves

Hoy no soy persona y no soy persona por ti. Tú cobras vida y yo la pierdo, tú apareces y yo me desvanezco. Amante obsesionado que apareces al anochecer aporreando los cristales de mi balcón. Para cantarme una sonata que mantengo encerrada bajo llave en la memoria. Vuelves con nuestra canción, a recordarme las noches arropada a tu lado y los días cargados de tu olor. Vuelves aunque no esté dispuesta a abrirte la ventana. Caminas hacia mi entonando una melodía maldita que no logro desprender de mis oídos. Me embrujas con tu canto paralizando mis músculos y agitando mis huesos, provocando una guerra inmóvil. Mi sangre se olvidó de su cometido y baila siguiendo tu compás.

A ratos, yo consigo olvidarte y me ilusiono con la idea de que tú también me has olvidado. Sin embargo, nunca sabré quien de los dos tiene más memoria. Si de tanto huirte, a veces te persigo. Si tu también huyes, pero tropiezas. Desde el suelo me levanto agarrándome al sol para robarle la fuerza que necesito para alejarte de una patada. Y lo consigo, y te alejo. Y me dejas espacio y yo creo que te has ido. Y yo me pongo manos a la obra. Voy construyendo poco a poco los pilares de mi existencia. Las columnas de una vida sin ti. Sin embargo, como si de papel se tratase, los días de tormenta me mojo. Y al hediondo olor de la humedad apareces entre las sombras. Y al verte, mi mundo entero se derrumba. Te quedas mirando como he quedado atrapada entre mis propios escombros. Disfrutas contemplando el espectáculo gris que se produce. Disfrutas con la sequedad de mi boca tras las horas de insomnio. Disfrutas con la angustia que desprende un corazón que se ahoga. Y esa felicidad te va haciendo grande, y a mi pequeña. Vas creciendo para taparme el sol. Y a oscuras tanteo una salida que no encuentro y me pregunto si mi destino es estar por siempre unida a ti. Y me hago la sorda porque temo oír la respuesta. Y entonces empiezo a no querer un destino.

Sin embargo, mi soberbia me impide abandonar la partida antes que tú. Y saco los ases que guardé bajo la manga. Anudando el estómago y dejando un "all-in" sobre el tapete ensangrentado. Y aunque el humo emborrona tu salida, ya no estás. Me levanto de la mesa recogiendo los únicos jirones que he logrado salvar de mi piel. Emprendo el camino de vuelta a casa. Me llevará unos meses volver a dormir bajo techo, y que las paredes me protejan de los vientos. Pero consigo una vez más, levantar un refugio.

Y vuelves, y retornas, y me encuentras, y no escapo, y me atrapas. Y vuelves, y traes nuevos trucos. Y me embaucas. Y vuelves. Y te echo. Te echo. Te logro echar. Pero te llevas una parte de mí en cada huida. Esa parte que reconozco. Esa parte que me identifica. Esa parte que dibuja concavidades en mi rostro. Te escapas en el momento exacto en el que estoy dejando de agonizar. Me llevas a la puerta del infierno y me abandonas. Deshago el camino y vuelvo a la superficie. Con menos cuerpo. Con menos calma. Con menos alma. Sin fuerzas y sin aliento, pero con memoria.

Y esta vez te gano con un órdago. Y te pierdes. Y me olvidas. Y te olvido. Y no te olvido. Y sigues conmigo aunque no te vea. Y no sé donde te escondes. Y te siento. Y te ignoro.

Y te haces visible. De nuevo. Vuelven a sonar las notas que siempre te acompañan. Silvas la canción que me enamoró de ti. Vuelvo a notar tu respiración y se me vuelve a erizar la piel. Regresas a beberte hasta el penúltimo sorbo de mi aliento. El último sorbo es el que soporta todo el sufrimiento de volver a verte. Una exhalación tan pequeña que es inaudible. Una exhalación que debo inhalar para empezar de nuevo. Una inhalación que asume que volverás.