Camisetas geniales!!!

"Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía". (Marcela Lagarde)

jueves, 29 de octubre de 2015

Deja que me rompa

Déjame caer. Déjame caer a gran velocidad. Experimentar la fuerza de la gravedad, acelerada por un vertiginoso salto, atada a una mochila muy pesada. Permite que termine en el suelo, debajo de una losa que me persigue desde hace mucho tiempo. Una losa que crece conmigo y, a veces, camino encima, y otras, debajo. 
Permite que me estrelle y caiga sobre mí toda la carga que no fui capaz de dejar en el camino. Pero hazlo de verdad. Hazlo como si yo fuese una vasija vieja destinada al contenedor. Si es demasiado amargo, mira para otro lado. Camina de espaldas hacia mi y date la vuelta cuando todo mi ser esté hecho añicos, esparcido en mil pedazos. 
Sólo en ese momento, solo entonces quizá pueda ser libre. En ese momento, quiero que tus delicadas manos, que tanto saben hacer, recompongan los trozos que encuentren. Que intenten reconstruir un nuevo objeto lleno de líneas. Tu fíjate en esos caminos. Síguelos con los dedos y encontrarás que existen algunos huecos en la estructura reconstruida. Es por dónde respiro. Son los puntos que me hacen frágil sin la necesidad de despeñarme. Sólo así podré decorar tu estantería sin salir rodando. Y seré tuya como nunca lo fui de nadie. Incompleta, sin los trozos que se perdieron. Redecorada, con cicatrices que pueden lastimar la piel que las acaricia. Con rastros de tu existencia que no son rotos sino pegamento. 
Yo prometo no darte este trabajo demasiadas veces. Tu promete acercarte despacio. Empieza a contemplarme desde lejos y precede de pasitos muy cortos tus caricias sobre mi.

miércoles, 28 de octubre de 2015

El triste descubrimiento

En aquellos tiempos yo era muy joven. Demasiado joven, diría yo,  para haber sufrido un percance de tamaña envergadura. A pesar de mi juventud, yo ya tenía las dotes de aventurera que me caracterizan en la actualidad. Aventurera y pasión el descubrimiento de misterios nuevos y antiguos, ocultos y visibles. Estas peculiaridades son las que me llevaron a emprender una búsqueda realmente compleja y peligrosa.
Se trataba de descubrir las malas artes que empleaban unos señores para conseguir introducirse en cualquier casa sin ser vistos y a tremenda velocidad. De hecho, mi casa había sido unos de sus objetivos algunos meses atrás. La mayor dificultad a la hora de estudiar su "modus operandi" era que no actuaban a menudo. Por tanto, era difícil acudir a las escenas dónde se habían producido los allanamientos de morada y buscar pistas. El trabajo que tenía por delante era, por tanto, puramente deductivo. Con las pocas pruebas que tenía y la constatación empírica de apenas dos acontecimientos, habría que trabajar duro mentalmente para descubrir su plan de ataque.
Obviamente mi investigación debía ser muy discreta y sin confiar en nadie. Al haber sido afectados todas las personas que  conozco y yo misma, cualquiera podría estar metido en el ajo y ser cómplice. Es por eso por lo que decidí interrogarlos a todos de forma disimulada. Les contaría mi experiencia y poco a poco dejaría que ellos me hablasen de la suya. Este método tenía la ventaja de ser muy discreto y pasar desapercibido. La desventaja es que no siempre recibía toda la información que quería (aunque normalmente recibía demasiada información inútil para mi investigación).
Una vez tuve todos los datos registrados, me encerré  en mi cuarto durante varios días. Exceptuaba las horas que debía dedicarme a otros asuntos serios. Calculé con exactitud el tiempo que tardan en abrirse y cerrarse las puertas y las ventanas (hice pruebas con todas las de mi casa). Considerando que eran varias personas y que cada persona abría una puerta o una ventana distinta, obtuve un resultado de 3234 puertas en una hora o 4312 ventanas. Las puertas tardan más en abrirse, pero tienen la ventaja de que tardas menos en pasar a través de ellas. Considerando que para poder hacer el menor esfuerzo en cada casa y ser lo más rápidos posible, es recomendable abrir la casa una sola vez y entrar y salir en ese espacio de tiempo. Teniendo en cuenta este aspecto, el asedio a cada casa, duraría aproximadamente 4´321 segundos. Es decir, en una hora, sin contar desplazamiento, podrían introducirse en 833 casas. Son muchas menos que todos mis conocidos, por lo que esta parte podría ser aceptable. Sin embargo, analizando la velocidad a la que debían moverse y la composición de los tejidos del cuerpo humano,  era prácticamente imposible juntar ambas cosas. La velocidad necesaria para llevar a cabo esta proeza superaba mucho a la registrada en el libro de los récords guines. Las únicas soluciones posibles es que no fueran humanos o que visitasen menos casas o que utilizaran más tiempo.
Sin embargo, lo más sorprendente es que nunca nadie los haya visto. Eso podría deberse a introducción de algún gas que provoque un profundo sueño. Esto podría realizarse únicamente cuando todos los habitantes estén acostados, puesto que en otro caso, alguien habría sufrido algún percance y sería notable la sedación. Por tanto, además deberían escuchar y esperar en cada casa o visitar varias veces una misma casa. Esto supone incrementar demasiado el tiempo dedicado por hogar.
La otra opción, es que tuviesen un compinche en cada casa. Por eso al día siguiente había tantos regalos, serían el pago que el compinche de cada casa habría recibido. Por eso, decidí interrogar más exhaustivamente a mis padres, pues eran ellos quien tenían el poder absoluto de mi casa.
La respuesta fue clara y dolorosa. Me llevó mucho tiempo recuperarme. Mis padres no sólo eran compinches. !Sino que se habían inventado todo!  Los Reyes Magos no existían ni lo habían hecho nunca. Fue un duro golpe para mí, pues mi empeño en la búsqueda era poder demostrar que se trataba de magia. Que la única explicación posible es que hacían magia. Tristemente, mi hipótesis deseada era falsa. Todo mi mundo de niña de 10 años se vino abajo. Ya no podía creer en la magia. Y en mis padres...tenía que pensarlo mucho. Este momento fue uno de los más duros de mi infancia. La magia había desaparecido en mi mundo. Había escrito cartas y puesto vasos de leche a unos seres que no existían.

viernes, 23 de octubre de 2015

El banco

Otra vez en el mismo banco donde ya lloré una vez y más de una. Otra vez me acerco a casa por la plaza que recoge mis lágrimas. Otra vez. Sin embargo, ahora ¿a quién llamo? ¿A quién llamo simplemente para que me escuche llorar? Puede que desde este banco no haya cobertura. Puede que esté maldito. Puede que sea porque me hace pensar en él. Yo le recuerdo en pañales y gateando. Sé que en algún momento fue un bebé sólo de cuna. Lo sé pero no lo recuerdo. Con el tiempo y muy poco a poco fue creciendo. Fue aprendiendo a caminar y a hablar. Aprendió a existir pero sin trampas. Aprendió a evitar baches y huir de maleantes. Hasta consiguió ver la maldad y no apropiarsela. A veces, era algo travieso. Travesuras poco dañinas pero con algo de picardía. Tenía su gracia, ya que, a pesar de todo, mantenía ese punto de ingenuidad que mantenía viva su frescura. Conservaba aquella inocencia de sus primeros gateos. Inocencia pura y sincera que había ido armando con la experiencia de los años. Luego todo cambió en muy poco tiempo. Cuando volví de las últimas vacaciones de primavera, era distinto. No había rastro de inocencia. No una miga que delatara si antigua presencia. Nada. Absolutamente nada más que hueco. Irremediablemente se había echo mayor. Mayor y vacío de esperanza e ilusión. Y ese es el último recuerdo que tengo de ese ser de seres al que nombramos como "el mundo". Así es exactamente como le he visto crecer...¿O fue el quien me vio envejecer a mí? En cualquier caso, no hay llamada que me vaya a resolver esta cuestión. Tan sólo una línea telefónica que traiga títeres de entretenimiento a mis oídos. Títeres que cuenten leyendas tan divertidas que no necesite tener respuestas. Pero ya me quedé sin ese comodín y este banco esta demasiado frío.

jueves, 22 de octubre de 2015

Ese amor...

El tiempo es tan relativo que depende de todo. De todo y de nada. El reloj puede marcar su paso, pero tu decides cuando duran tus días. Y tus noches. Eso cuando puedes, porque como ya se ha mencionado, el tiempo depende de todo, sobre todo el tiempo nocturno. Depende de si estás enamorado o no. De si eres feliz. De si tienes problemas. De si tienes hambre. De si tienes frío.

A mí hoy el frío me empapa los pies y el hambre se agarrota en el estómago. No hay manta ni alimento cuando el enfermo es el corazón. No hay alimento posible para un pobre zombie vegetariano. Mis dedos tocan una piel artificial para ver si olvidan, por un momento, el tacto que tiene su piel. O mejor dicho, para distraer sus ganas de tocarla eternamente. Es un pasatiempo entretenido, tan sólo por un momento. Es un momento largo, por su puesto. Pero un momento. Es el espacio de tiempo en el que tan sólo un par de órganos funcionan albergando los padecimientos de todo el cuerpo. Un par de órganos que expulsan en forma de vómito lingüístico el veneno ingerido por el corazón. Un corazón débil. Un corazón malherido. Un corazón sin cura.

La cura de cualquier corazón moribundo es aquel amor que huele a pasión. Ese que se derrite entre tus manos y sabe a gloria. Es ese amor que implica lucha. Ese amor que agota y hace sudar. Ese amor que tiene el elixir de la vida. Es un amor inconfundible, y yo diría que único. Es inigualable. Ese amor tan puro y elevado que despertará envidias. Incluso entre quienes puedan lograrlo igual o mejor. En aquellos que no pueden lograrlo, despertarán una gran preocupación, pues parecerás un loco ante sus ojos. Y unos por quererte mal, y otros por quererte bien, entre todos te alejarán de lo más maravilloso que puede albergar este mundo. Y esta última frase es la que me impulsa a luchar por ese amor. Porque sólo viviendo y sintiendo ese amor, yo consigo ser feliz.

Sin embargo, vivimos en un mundo civilizado. Un mundo en el que ya tienen definida que es la felicidad para mi. Y para mi desgracia, no es ese amor que tanto ansío. La felicidad que he de buscar, se encuentra en otros parámetros. No en que te hagan subir a las nubes, sino en que no te hagan bajar a los infiernos. En la jaula en la que nací, los amores que te dañan no son buenos. Por mucho que te hagan sentir viva. Por mucho que sean lo mejor que te ha pasado nunca. Aunque te embriague con su felicidad y frescura. Aunque sea lo único en este mundo que sea capaz de distraerte de tus fantasmas y dejarte buen sabor de boca. Aunque sea lo único que haga tus problemas más llevaderos. Aunque sea lo único que te da fuerzas para vivir. A pesar de todo esto, si te hace mal, no merece la pena. Si te pega patadas en la espinilla, no merece la pena. Porque es mejor malvivir con las piernas enteras que ser feliz hasta no poder caminar. Y este punto me asusta tanto, que me planteo dejarme llevar por la corriente. Dejar de dibujar cortes en mi piel a causa de un imposible. A causa de un amor que no me llevará a nada. Un amor que es tan feliz conmigo como sin mí. Un amor que no me quiere aunque pueda dejarse querer. Un amor que no me corresponde en la misma manera. Un amor que tiene de quien alimentarse sin mí.

Así pues me hallo columpiándome en este dilema vital sólo cuando es demasiado tarde. Sólo cuando el miedo al dolor por amar, por sus consecuencias, me lleva por el camino recto. Sólo cuando estoy conducida hacía lo correcto, sólo en ese momento, me tambaleo y replanteo volver. Quizá porque es cuando me siento vacía, al alejarme tanto de ese amor inmenso. Quizá porque me da miedo no volver a vivir. Quizá porque es un punto bastante seguro donde recordar y anhelar ese amor. Seguro porque el camino de vuelta es tan difícil que asemeja más con imposible. Seguro porque es más probable que mi amor se aleje cada día a conseguir aunque sea tocarlo. Es la mejor manera de que el amor no me traicione con patadas, pues en el camino recto nadie comete penaltis ni faltas.

Al final tan sólo me queda la semi-certeza de no morir. De no llevar una mala vida. De una cierta seguridad, una cierta estabilidad y una cierta falta de dolor. Con ello, también me queda la certeza de que no estoy viviendo y no sé si algún día lo haré. Soy presa de mis propias decisiones. Agoté mis esperanzas de felicidad al impedirme soñar por miedo a que los sueños se conviertan en pesadillas.






martes, 20 de octubre de 2015

Secreto

Tengo un secreto que ya no es secreto. Tengo un secreto que ya no mola. Tengo un secreto que ya no es mío.
No sé exactamente dónde ni cómo lo perdí. No sé si lo dejé olvidado en Berlín o fue por Madrid dónde se me cayó.
No sé si desapareció en el momento en el que lo publiqué, o se publicó porque desapareció.
Ni siquiera sé si alguien lo sigue guardando, o sólo yo mantengo su lugar intacto.
Puede que simplemente tergiversé unos susurros que no eran para mí. Será que aquel no era mi secreto. Será que no debió ser secreto o que no debía ser para mí. Será que pertenece a otros oídos y otros labios. Puede que los secretos no existan y todo fuese producto de mi locura. En cualquier caso, me quedé vacía por dentro, sin secretos que albergar porque volaron.

lunes, 19 de octubre de 2015

Fallida discusión

Hoy me levanté con ganas de discutir. Normalmente la gente se despierta con hambre o con sueño. O con ambas. Sin embargo,  en ocasiones, yo me levanto con ganas de discutir. Además de extraño puede parecer obvio. Lamentablemente no es así. He tardado varios años en descubrir que ese malestar que me encogía el pecho de vez en cuando era, simplemente, eso, ganas de discutir.
Después de conseguir descifrar el problema. Es decir, que tenía ganas de discutir. Ganas de discutir porque mis proyectos no se desarrollan como yo tenía planeado. Porque la frustación me alcanza y no me deja respirar. Ganas de discutir porque no me aguanto. Después de descubrir todo eso, trabajé para afrontarlo. Afrontarlo significa huir de las discusiones, esquivar los enfrentamientos en los que descargaría mi rabia y mi ira. Hacer frente a las ganas de discutir, implica esforzarme en evitarlo hasta que ya no tenga ganas.
El día fue cayendo sobre mí y las ganas de discutir hervían bajo una olla a presión que no me veía capaz de abrir. Al final, no pude contener más mi vertiente agresiva y decidí llamar a mi abogado. Es fácil discutir con mi abogado, siempre me da malas noticias y se encarga de decirme todo lo que no puedo hacer. Le llamé varias veces pero no contestó. Podría haberlo dejado ahí, pero, ya que sucumbí a la tentación, iba a pecar.
Me fui hasta su despacho en el centro de Madrid. Estaba situado en lo alto de un edificio señorial. Antiguamente era un edificio muy concurrido, pero ahora apenas tenía vecinos. En la planta de su oficina, ya sólo estaba su negocio. Llamé repetidas veces al timbre sin obtener respuesta. Todo era muy raro, pero pensé que quizá le había surgido algo. Quizá otro cliente con ganas de discutir.
Cuando ya estaba en disposición de irme, me dí cuenta de un detalle. La puerta estaba abierta una milésima. Empujé la puerta y abrí fácilmente. Fui enseguida a la habitación del fondo, dónde me solía recibir él. En ese momento no le concedí importancia a lo vacío que estaba el resto del piso. Al abrir la puerta del despacho de mi abogado, la realidad cayó sobre mí como un piano de plomo. Algo horrible había pasado. Encontré la habitación vacía de muebles, salvo por una mesa escalofriante en el centro. Si hubiese visto esa mesa en un escaparate, no habría llamado mi atención. En un escaparate no sería el soporte de lo que ví. Sobre la mesa, estaba tendida la jefa de mi abogado. La única tela que cubría su cuerpo eran unas esposas de cuero en las muñecas y sus homólogas en los tobillos. Éstas mantenían a la jefa sujeta boca a bajo contra la mesa de cristal. La mordaza que la oprimía la boca, impedía que describiese lo fría que estaba. Su respiración era claramente dificultosa. En parte por las largas horas tendida con la espalda oprimiéndole el pecho. En parte, por la ansiedad de una situación tan  desagradable. En el suelo, unas gotas de sangre reseca ensuciaban el blanco impoluto que  siempre lucía. Provenían de las extremidades de la mujer. Era el resultado de las fuerzas de torsión sobre la frágil piel humana. Era producto de la lucha de una mujer por liberarse de la presión de una inmovilización impuesta. Fueron las gotas que brotaron cuando se acabaron las lágrimas. El escenario era un cuadro impactante, conmovedor y desolador.
Desaparecieron las ganas de discutir, y me acerqué con cuidado, intentando tranquilizarla con palabras de calma. En ese momento, mi debilidad hizo que me desmayara. Me desmayé y sus suplicantes gemidos desgarradores no consiguieron despertarme.

jueves, 15 de octubre de 2015

Patricia y Don Chorlito

Patricia tenía seis años cuando Don Chorlito llegó a casa. Don Chorlito fue su regalo de cumpleaños. Era un periquito azul (aunque en ese momento no estaba claro aún) bebé. Patricia estaba encantada con su nueva mascota y dedicaba todo el tiempo que no estaba en el colegio a observarlo, cuidarlo y ponerle nombre. Don Chorlito dormía en su habitación (tras duras negociaciones con sus padres), en una especie de cuna que ella misma había preparado.
Al cabo de un tiempo, demasiado corto para Patricia, el pequeño pájaro empezó a mover sus alas. Todavía no era capaz de volar, pero lo intentaba a ratos.
Un día, al volver del colegio, había una jaula sobre la cama de Patricia. Sus padres, pacientemente, le explicaron que esa debía ser la nueva casa de Don Chorlito. Ella se echó a llorar, pues ella no cabía y no podría jugar tanto con él. Sin embargo, en ese momento obedeció. Sólo en ese momento y cuando sus padres la veían. Mientras sus padres estaban ocupados, ella sacaba a Don Chorlito de su jaula y correteaba detrás de él. Ella, al contrario que sus padres, sabía que el pájaro no se escaparía, y si lo hacía volvería. Ella y él eran amigos y el no quería separarse de ella tampoco. Incluso podría acompañarla al colegio. Seguro que a Don Chorlito le encantaría.
Todo cambió cuando en el patio del colegio de Patricia un pajarito se cayó del nido intentando volar. A Patricia le dio muchísima pena y pensó que volar era demasiado peligroso. Empezó a pensar y pensar y cada vez veía menos conveniente que Don Chorlito volase. Si volaba podría caerse como el pajarito de su colegio, o le podía atropellar un avión, o podía irse con otra niña...Podían pasar tantas cosas malas que Patricia tuvo muy claro lo que tenía que hacer.
Al llegar a casa, le cortó las alas a Don Chorlito. El pobre pájaro pió muy fuerte, pero Patricia estaba decidida. Pensó que era como cuando sus padres le daban un azote, lo que compensaba a cambio de que no se estrellase o lo atropellara un avión. A los pocos días, Don Chorlito ya no se quejaba y Patricia estaba tranquila porque su amigo estaría a salvo.
Don Chorlito ya nunca voló y nuca sabrá que es volar. Corretea por toda la casa y, de vez en cuando, mira el cielo.

miércoles, 14 de octubre de 2015

El arriero que se hizo hostalero

Érase una vez un arriero que construyó su casa a las afueras del pueblo. Como estaba en el camino, a menudo los viajantes hacían una parada en busca de posada.
Este hombre, al principio reacio, daba algún pedazo de pan y algo de vino. Con el tiempo decidió dejar su oficio y dedicarse al hospedaje. Fue dando cobijo y alimento a aquellos que decidían visitarle.
Su gentil hospitalidad fue aumentando la fama del hombre y su morada. Tanto que, incluso, algunos convoys se desviaban del camino más corto hacia su destino, para descansar en su negocio.
Algunas veces, pasaban gente menos adinerada o con grandes necesidades. En esas ocasiones, nuestro protagonista apenas les cobraba o les regalaba la estancia y los gastos a cambio de una buena historia.
Sin embargo, llegó un momento en el que empezaba a hacerse demasiado duro. Era mucho trabajo para un solo hombre. Pero el karma recompensó su buen hacer pronto. Hasta su hogar llegaron algunas personas que a la vuelta de sus viajes querían alojarse por mucho tiempo. También hubo quien decidió no continuar su viaje y vivir junto a ese hombre. En cualquier caso, encontraron una cálida bienvenida y un oficio.
Los primeros problemas llegaban cuando los nuevos inquilinos se daban cuenta de que era un trabajo demasiado duro. O cuando se habían aburrido y querían seguir viajando. O cuando les llegaba la noticia de otras posadas mejores. Otros también partían en busca de tesoros inventados por los comensales. A menudo, estos problemas se resolvían pronto, pues cada vez que alguien partía, aparecía alguien dispuesto a sustituirle.
Un día, uno de los inquilinos empezó a exigir más salario de lo que el hombre podía permitirse. No obtuvo lo que quiso y de marchó. Se marchó dejando al pobre hombre pesaroso. Se marchó con todas sus pertenencias. Llevaba tanto tiempo allí que la habitación donde pernoctaba también podía considerarse suya. Por tanto, se llevó la habitación entera consigo. Desde lejos de apreciaba el agujero en el edificio. Y el pobre hostelero no pudo alojar a nadie más en ese hueco.
Desde ese momento, decidió no volver a dar una habitación numerada a nadie. Rotaba a la cuadrilla que tuviese en ese momento entre las distintas habitaciones de servicio. Hasta que la historia se repitió y, aunque no era su habitación de siempre, el esquirol de esta ocasión también arranco una habitación entera y se la llevó como recuerdo.
Tras este nuevo palo, decidió ahorrarse el trabajo de las mudanzas entre habitaciones y ser mucho más cuidadoso a la hora de elegir personal. Sólo permitiría arraigarse a aquellos que por sus características no pudiesen dejar un nuevo roto en sus paredes.
Al final, le pudo su corazón y arraigaron y arrancaron casi todas las habitaciones. Sólo quedaba una en pie. Limitó sus servicios a un poco de almuerzo y prestar su cama para una siesta. De este modo envejeció de repente demasiado rápido. La soledad amargaba sus guisos. Pero ¿Cómo iba a compartir su habitación con alguien, si podría llevársela?
Como buen luchador, volvió a confiar sin reparos. Por arte de magia o de brujería. Logró volver a recibir a las gente con esmero y excelentes elaboraciones culinarias. Iba recobrando su fama, ya no como hostal, sino como lugar de almuerzos y cenas.
Tristemente, ahora tiene que dormir en la cocina y pide caridad a los que asoman por allí.

martes, 13 de octubre de 2015

Adiós al único

Mañana cometo el error o la estoicidad de decir adiós. Le diré adiós al único que no lo merecería nunca. Salgo yo perdiendo, pues en el fondo, yo no soy tu rutina. Yo no soy tu día a día. Muchas veces, ni siquiera soy tu semana a semana. Tu no sentirás pena ni pérdida. Tu no estarás solo.
Sin embargo, yo sentiré el desasosiego de saber que no podré verte. Yo sabré que podría verte pero decidí que no. Yo huyo como tú nunca lo harías. Huyo sabiendo que con ello pierdo al más fiel de los que he conocido. Eres el único por el que hoy pondría la mano en fuego. El único que sé que me quiere sinceramente, sin más retorcimientos ni intereses que algunas salchichas. El único que siempre me ha recibido y recibirá con alegría, con un gran saludo. De esos que te evocan una sonrisa por muy negro que se haya pintado el día. Da igual el tiempo que hayamos pasado sin vernos, o si la última vez me porté bien o mal. Da igual si aparento o si no. Si estoy siendo como debo o como no.
Sólo a él puedo quererle de forma relajada. Sin temor a que quererle demasiado o demasiado poco repercutiese en su forma de actuar conmigo. Esa es la clave, le puedo querer descuidada, sin protegerme. Sin preocuparme de protegerle. Y en el fondo, me gusta casi tanto querer como ser querida.
Abrazarle, acariciarle, jugar con él, conseguir llamar su atención...ver como disfruta....todo ello sin tener que preocuparme del precio que deberé pagar. Ni a él ni a sus semejantes...El único precio lo hemos puesto los humanos, y temo no poder pagarlo.
Pero quien sabe, quizá me arrepiento y lo convierto en hasta luego. Quizá el destino no me deja elegir. Quizá un adiós no se vuelve tan malo. No hay quizá en que me encanta y es genial. Y siempre lo recordaré así.

lunes, 12 de octubre de 2015

Noche en compañía

Esa noche intenté dormir sola. En una cama pequeña para no extrañar. Era una cama que invitaba a quedarse. Debe ser por eso por lo que enseguida tuve compañía.
Era una compañía conocida, a la que antes no había prestado atención. Sin embargo, en mi cama se la veía mucho más resultona. Se hizo notar enseguida y de forma algo estruendosa. Los vecinos también sintieron la estrecha unión que formamos.
Aunque yo tenía sueño y debía dormir, quedé supeditada a sus deseos. Pronto la cama dejó de ser una suave cuna donde tener dulces sueños. Se convirtió en campo de batalla ardiente. Tanto ardió que se quedó pequeño, y ella y yo trasladamos nuestro concierto al sofá.
Cuando el sueño se apoderó, por fin, de nuestra música, volvimos al lecho inicial y dormimos.

domingo, 11 de octubre de 2015

Te no quiero

No te quiero porque todavía no aprendí a hacerlo. No te quiero, porque querer es demasiado serio para ser usado por los niños. Y menos aún si se trata de una niña caprichosa como yo. Irónicamente quizá son los niños los que mejor juegan al reparto de cariño. Sus miedos se quedan en un abrazo adulto cualquiera.

No te quiero porque mis miedos no se curan a base de abrazos. Que los abrazos no llegan a curarlo todo de una vez. Que los abrazos pueden subirte tan alto, que si te resbalas te haces añicos.

No te quiero, porque asumirlo implica dolerme con tus grietas y remendar tus rotos. No te quiero, porque tengo más arte rasgando que arreglando.

No te puedo querer porque aún me escuece su sal. No te puedo querer, porque no sé hacerlo a medias. Puedo dibujarte un corazón con las manos y colorearlo con los labios. Puedo disfrazarme de astro y que me mires desde abajo con la luz reflejada en tu rostro. Puedo dejar que me contemples desde arriba como si sobrevolases el mundo. Puedo construir la más maravillosa realidad a tu alrededor y enseñarte a jugar con mis inventos. Pero no puedo quererte.

No quiero que me falte el aire cuando lloras, que el peso del mundo se sitúe en mi pecho cuando mi improvisación no se ajuste al guión esperado. No quiero mirarte a los ojos y decirte que no me atrevo a saltar. No puedo firmar más lágrimas. Y yo no sé querer con ese amor que sólo provoca sonrisas.

Sin embargo, no me dejes de sonreír. No tardes más de la cuenta en llegar. Sin embargo, enciende la luz siempre que lo necesites. Desahógate. Abrígate que hace frío y vete al médico si algo no va bien. Cuéntame como te ha ido el día. Y si me dejas una nariz roja, me declaro clown en jornada ininterrumpida. Tan sólo pretendo que no creas que te quiero, que me falta algún tiempo en el gimnasio para poder coger el peso de no desilusionarte.

Podemos adornarlo, rellenando con un "NO" grande, o pequeño o de colorines. Podemos jugar a despistar a los fantasmas de la incertidumbre y cerrar los ojos antes de lanzar. Podemos plantar un árbol de "noes" que vayamos cogiendo a nuestro antojo. Podemos ignorar lo que estamos escondiendo, y seguir haciendo como que nos lo creemos. Puedo decir que si "te no quiero" no es porque tu lo digas a menudo. No es por el tacto de la "no ropa" ni por el calor de lo indecente. Si "te no quisiera" sería por esa manera de suspirar medio sonriendo cuando te desespero o no me entiendes. Sería cuando buscas un hueco para enredarte entre mi ropa sin quitármela. Sería por tu voz.

sábado, 10 de octubre de 2015

Mi preferido

Él no es el tipo más apuesto y atractivo del barrio. Ni siquiera el más fuerte o el más hábil. Él, aparentemente, es un tipo corriente. Sostiene una melena distinguida de color castaño claro. Lleva el pelo suelto,  y lo suficientemente largo para poner una nota graciosa sobre su rostro. También es lo suficientemente corto para que el viento se enrede entre sus rizos sin despeinarle. Sus rizos son un anuncio de su personalidad. Los mantiene alegres y sin encorsetar bajo gomina o algún otro producto. Ni  siquiera la propia naturaleza le puso un límite definido a su preciosa melena. Un par de mechones negros la hacen original y distinguida.
También tiene un par de cicatrices  que le caracteriza dándole personalidad y distinguiéndolo de los demás.

Él tiene una forma de ser que enamora. No es adulador pero si atento. Siempre te saluda con una amplia sonrisa que te alegra el día. Quizá parte de su magia y su atractivo reside en que actúa como dueño de su destino. No obedece a tus ruegos cuando lo demandas, sino cuando él lo estima oportuno. Marca su camino en la dirección que más satisfacción le puede dar. Tiene un aire entre caradura y juguetón que no permite que te resistas  a sus encantos.

Su único defecto es su mal genio. Es un mal genio particular que no aparece de forma impredecible. Es un mal genio que dura poco y no ataca. Pero es un mal genio que tensa y enloquece. Es rabia, ira y miedo traducido en agresividad y escándalo. Comprensible el fenómeno pero incómodo el momento. Él no se arrepiente ni modifica su conducta. Siempre se enajena y hacerle entrar en razón es una ardua tarea que no da frutos. Esperemos que el futuro le depare más tranquilidad.

A mí, desde luego, me tiene conquistada. A pesar de sus malos momentos, sabe compensar con su cariño incondicional, su mirada limpia y sus gestos sinceros. El brillo de sus ojos me proporciona vida. Sin embargo, después de casi cuatro años es el momento de asumir que nuestro amor es imposible. Él tiene su vida y yo la mía, y ambas, a partir de ahora, son incompatibles. Yo jamás le olvidaré y siempre será bien recibido. Y tengo la certeza de que él tampoco me olvidará pase el tiempo que pase. Ójala le vaya bonito, aunque no tengas mucha opción a decidir. Ójala las personas que entren en su vida le hagan bien. Ójala me perdone por "abandonarle" así... aunque en el fondo sé que está en buenas manos. Es mi preferido.

viernes, 9 de octubre de 2015

Me tienes hasta la punta del coño

"Me tienes hasta la punta del coño". Esa fue su última frase. O su penúltima. O quizá simplemente una de las últimas. Mi conmoción fue tal que no pude seguir consciente después de esas palabras.
Penetraron en mi cuerpo, calándome hasta los huesos. Se incrustó dentro de cada átomo que constituye este insignificante ser. La boca que un día me curó las heridas que deja el trasiego de la vida, esa misma boca, disparó sin compasión contra mi corazón. Se escudó bajo la ineludible verdad de que es su forma de actuar. Ineludible cuando no quiere conquistarte. Cuando no se siente sola. Cuando alguien le agarra de la mano.
Salió victoriosa en esa batalla porque ella no lloraba. Mantenía su fuerte en el hogar que acostumbra a desvalorar.
Yo, en cambio, era arropada por las miradas inquisidoras de la gente que merodeaba la zona. Fui la anécdota que contar al llegar a casa tras un aburrido día. El espectáculo consistía en mostrar la desesperación en forma de llanto desconsolado. El soliloquio venía gracias a la colaboración del apuntador. La voz en carne viva ponía sobre el escenario la parte más dramática. El discurso, sin embargo, apenas ya importaba. Tras el telón sólo se encontraba la explosión dañina de la rabia.
El apuntador se mostraba impasible ante las lágrimas derramadas por el público y por los propios actores. En su mente únicamente albergaba un ego desmesurado cuyo objetivo principal era terminar la obra. Lo que no sabía este apuntador, que a su vez había sido escritor y director, es que esta sería su última obra. No fue consciente de que al pronunciar algo tan soez como "Me tienes hasta la punta del coño" estaba decapitando su gira. En ese preciso momento, el teatro se incendió y los periódicos divulgaron el nefasto desarrollo de la obra. Nadie nunca quiso más volver a verla. Ningún actor volvió a estar dispuesto a representarla.

lunes, 5 de octubre de 2015

Dulces sueños

La noche asusta porque nos pilla antes de lo que nos gustaría. Asusta porque vienen a reunirse enemigos primarios de la supervivencia, como el cansancio, el silencio y la falta de luz. Sin embargo, éstos se reúnen en el único momento del día en que son inocuos. Es más, traen consigo fenómenos únicos que tan sólo llegan para visitar a las estrellas.

Los seres mágicos como los reyes magos y el ratoncito  Pérez tan sólo son el reflejo infantil de los sueños que podemos generar de adultos. La noche es el cobijo perfecto para nuestros propios sueños. Sólo entonces se enmudecen las voces del resto de extraños. Sólo entonces el cielo es lo bastante oscuro para pintar con tiza una nana alegre que nos acune para dormir.

Incluso cuando el arropo de la soledad nos hace sentir completamente desnudos y expuestos a los demonios de nuestro propio pensamiento. Incluso en ese momento, la noche se vuelve el escenario perfecto para ponerle freno. Porque no hay más obligación que cuidarte a ti mismo, que pensar en ti. Puedes llorar para dejar la mancha en el día que está terminando y empezar un nuevo día limpio. O puedes confiar que en ese momento el mundo no se mueve, y es tu espacio y lugar para mover ficha. Es tu turno en la partida de ajedrez que la vida te mantiene bajo jaque constante. La partida debe acabar en algún momento, pero por la noche es tu oportunidad de comer ficha o, incluso, avanzar un peón hasta el final del tablero y recuperar lo que perdiste. Es tu oportunidad de llegar al final de la partida dando tú el mate, o al menos, tablas.

Hasta aquí mi relato diurno, aunque sea bajo lámpara. En mi relato nocturno aparecen palabras como brillante luna o sueños mágicos. Yo quiero ser ese abrazo que te cura del frío aunque sea en la distancia. Aunque ni siquiera te toque. Tengo entre las manos un puñado de polvos de hadas que puedo soplar hasta tu ventana. La brisa que mueve las hojas en sus ramas, va cargada de esas especias encantadoras de sueños. Deja que se cuele debajo de la puerta y no huyas si los ruidos que producen no suenan del todo bien. Es difícil entonar una nana bonita cuando se construye un manto protector. Déjate envolver por esa música y busca la armonía en sus notas. Es el sonido de la capa que protege tu alma para que puedas dormir sin tener que vigilarla. Vuela libre sin miedo a quemarte con el sol, con orgullo de todo lo que has logrado. Con el orgullo de estar cansada por haber luchado. Se gane o pierda el mero hecho de luchar merece la recompensa de un buen descanso. Túmbate en el mullido sofá y siente como tu cuerpo va dejando caer su peso. Va descargando la presión del día y el sofá se encarga de sostenerte.  Siente el descanso que produce la ausencia de zapatos en los pies. Incluso puedes tocarte un dedo para comprobar que es real, que por fin a llegado la noche para descalzarse de presiones. Dibuja círculos en el aire o estrellas o corazones. Dibuja lo que quieras que el calor de las sábanas lo borrará y te hará la única propietaria de esos momentos. Reposa tu mente sobre un chiste , un recuerdo bonito  o una buena serie. Recuerda que tu mente también puede dibujar. Dibuja un cofre dónde puedas guardar el brillo de la luna. O la alegría de las estrellas tintineantes. O ambas cosas. O incluso todo lo que se te ocurra.

Y si todo esto te parece un cuento, léelo antes de dormir. Y si todo esto te parece un chiste, léetelo antes de dormir. Aun si esto parece absurdo e inútil, al menos te entretuvo el tiempo suficiente para robarte un beso sin que te enteres. Total, mañana será otro día.

domingo, 4 de octubre de 2015

La pena

La pena es una droga barata. Es tan fácil conseguirla que, en ocasiones, la esnifas sin querer. Parece irónico que  los  bombardeos acerca de la imprescindible búsqueda de la felicidad nos conduzcan a la tristeza.  Debe ser porque conmueve, y tener sentimientos te hace sentir vivo. Es como si nunca fuéramos conscientes de su existencia hasta que duele.

Cierto es, que la alegría también podría moverlo. Sin embargo, de la misma fuerza resultan movimientos menos intensos con la felicidad. Debe estar relacionado con el mismo motivo que hace más difícil conseguir risas que llantos.

Es un paradigma indescifrable que siempre consigue atrapar más de la cuenta. Siempre consigue atrapar a más de los que se dan cuenta. La tristeza mece el alma despacio y se va acomodando sin hacer ruido para no despertar.

Cuando se despierta, porque siempre acabas despertando, puede llegar el final o no. El final llega cuando decides que no quieres seguir fumando tristeza y decides  abandonar el sin vivir por el vivir, aunque sea menos intenso. A veces te atrapas sólo y a veces es otro quien te atrapa. A veces, incluso eres tu quien pone las redes del hundimiento sobre otra persona.

Hay algunos ángeles de la tristeza que se alimentan de la felicidad y fortaleza de los demonios. Digo ángeles porque a menudo pueden desbordar bondad. Digo demonios porque nunca imaginan que son los débiles, los que cederán y sufrirán. Por eso, a veces, resulta hasta beneficioso que algún ángel te abandone. Aunque sea por otro demonio.

jueves, 1 de octubre de 2015

Una gota transparente

Transparente no es lo mismo que inocuo.
Transparente puede no ser invisible.
Lo invisible puede ser lo que más destaque.

Son unos versos dedicados a ella que tanto sabe. Ella es una gota transparente que encierra las partes más incomprensibles del mundo.

Su vida consistió en caer. A paso lento, acompasado. Quizá se podría decir que hasta apacible. Sin embargo, apenas cambió durante el recorrido hasta su fin. Un fin predecible y rectilíneo marcado por el borde de la ventana. Ella había amanecido con los primeros calores del coche, producto del morir del vaho. Ella, como tantas otras, era una gota de agua formada por la condensación. Pequeña y transparente.

Lleva consigo la contradicción, perezosa y llena de vida. Fruto del paso de la noche, aparece de día. Reposaba en un lecho blando y colorido. Sobre un edredón de brillante color rojo mostraba su desnuda figura. La foto desde aquel ángulo era una espectacular composición en la que ambas componentes, cama y durmiente, añadían valor a la otra. Ella es esa gota que deja el sol al amanecer sobre una rosa. La rosa impregna de color el transparente de su agua. La gota juega con el color de los pétalos esquivando las espinas, dándole vida a la propia vida. Redonda y reluciente.

Ella no sale en busca de aventuras, ella se escapa. Huye deprisa pero rueda lento. Tan lento que, a menudo, vuelve a ser atrapada por el mismo cuerpo que la dejo salir. Con un poco de suerte, alguien la retira antes, evitando su huida y su vuelta. Ella, tiene un sabor salado poco,. Su sabor amargo puede ser tan potente que lo sientas papilas gustativas distintas a las que lo prueban. Ella es tan transparente como las demás, salvo en la mejilla de algún rostro. En ese momento late tan fuerte que es imposible hacerse el ciego. Lleva consigo el peso del dolor, salió huyendo de un  corazón destrozado cargada de pesar. Es una de las gotas más incomprendidas. Nadie quiere verlas, nadie las venera, y sin embargo, son las que más ayudan al alma. Son las que siempre están ahí cuando algo va mal. En cada gota de amargo salado, se está aliviando un poco de desolación sentimental. En ocasiones inclusos, una sola gota puede llegar a ser más intensa que el torrencial de sal que envuelve una pataleta. Todo depende de su composición. Su amargura y su sal.

Ella es hermana casi melliza de la anterior. Se desliza por el mismo terreno y tiene la misma forma en las pinturas. Sin embargo, difiere tanto en su composición que la mezcla con la piel es claramente diferente. Este agua en pequeña dosis, es tan salada como dulce. No huye sino que se escapa sin querer. No consuela sino que busca conquistar el mundo. Es el fruto de una alegría, una emoción o un descanso. Es la gota que colma el vaso de lo bueno. Es en su simpleza una espectacular visión del ser humano. Consigue endulzar varios corazones a la vez y permanecer en el paladar durante bastante tiempo. Es una lágrima buscada, una bonita forma de sonreir. Además es capaz de multiplicar su valor dependiendo de la circunstancia. Es genialidad. Sencillez y esplendor.

Lágrima camuflada entre gemidos. Consecuencia de tocar el cielo con la punta de los dedos. O de los labios. Aparece tras el sexo, pero sólo cuando se trata de amor. Se la relaciona con el acto de un orgasmo cuando se hace el amor. Olorosa y explosiva.

En definitiva, una gota transparente tiene tantos papeles y encierra tantos enigmas que tan sólo se me ocurre acusarla de mágica. Tan pequeña e incolora y cargada con significados descomunales, inmenso y variopintos. Es la clave de la existencia. Puede provocar más ruido y emoción incluso sola que entre miles. Pesa más una lágrima triste que el torrencial flujo de una cascada infinita. Emociona más una lágrima del centro del corazón que lo manantiales del centro de la tierra. Es te quiero, es me importas, es me duele, es me llena de alegría, es rabia, es aliento, es pasado, es presente, es futuro, es...magia. Todo esto y muchas más cosas que no acierto a escribir significa para mi una gota transparente.